domingo, 26 de junio de 2011

Magister

Existen sólo tres tipos de maestros:

Aquellos que no han encontrado una mejor chamba.
Aquellos que buscan la política de segundo orden.
Aquellos comprometidos con la educación.

Si perteneces al primer grupo, échale ganas en encontrar algo mejor. Entre más pronto encuentres, más pronto dejarás de robarle la plaza a quien sí sabrá ser útil.

Si perteneces al segundo grupo, te presento mi moderado desprecio, político de segunda división. No das ni siquiera para un desprecio de talla decente.

Si perteneces al tercer grupo. Mi mas profundo respeto.

Los profesores de verdad y yo vamos a platicar; ustedes dos, grupos restantes, pueden ir a jugar al patio o lo que sea que quieran hacer. Incluso, si no tienen nada mejor qué hacer (más fácil que difícil), tengan la atención para con el mundo y ahóguense con una bolsa de plástico.

Ahora:

No me atrevo a llamarme tu colega, por respeto a tu labor. Sin embargo creo tener también un poco de autoridad al respecto. Podrás pensar que no es lo mismo impartir un curso de dos semanas, práctico y ensayado sobre temas exactos.

Pero puedo decirte que tampoco es lo mismo dar clase a jóvenes maleables que aun están por descubrir el mundo que dar clase a profesores secos, pachichis y cínicos. Eso y que la programación industrial (y de todo tipo) lleva también su componente de alquimia; pregunta a cualquier programador.

Estoy en mi autobus al retorno de otras dos semanas de curso a operadores en cierta planta en el Bajío. Ya había olvidado lo mucho que me gusta dar clase y lo mucho que odio a los alumnos.

Tú, profesor, lo sabes bién. Nunca fui un estudiante modelo. Supongo que te debo una disculpa. O muchas: Una disculpa por no poner atención a lo importante por estar tomando notas. Por la compulsión de mirar mis agujetas cada vez que hacías una pregunta. Una disculpa por no estar a tiempo en tu clase como si el que buscaa aprender fueras tú y no yo. Una disculpa por no saber ser alumno, o por no comprender el afán, sueño y frustración del verdadero profesor.

Pero, como explicarle la importancia del tema a todos esos pares de ojos que creen que con pasar la materia basta?

Cómo explicarles que lo que acabo de decirles les salvará la chamba algún día? Cómo convencerlos de que lo sé porque me salvó la chamba en algún momento.

Cómo hacerles entender que si contestan mal serán corregidos, pero que si no contestan se irán a casa con su duda y pasado mañana, a media crisis en la planta no sabrán qué hacer?

Cómo convencerme a mí mismo de que vale la pena seguir tratando? De no perderles la fe?

Cómo reconocer el límite entre reprobar alumnos justamente y dónde reconocer que se les exige demasiado?

Cómo conseguir que el alumno busque el conocimiento? Cómo hacerle creer que sólo un pequeño esfuerzo más le abrirá el camino a los más oscuros secretos?

Cómo hacer que él mismo encuentre esos secretos?

Para ti, Jesús de Medina, que desde la secundaria me viste cara de ingeniero y nunca de abogado.

Para ti, Salvador Zúñiga Canales, que naciste cerca de un canal y de ahí tu apellido, gracias por confirmarme que la literatura no está peleada con la ciencia.

Para ti, Edwin Morales, que me enseñaste a pintarle cremas a todos los que me dijeron que perdía el tiempo por encontrar mi vida.

Para ti, José Alfredo Colín, que eres una de las mejores cosas que le han pasado al Politécnico y único merecedor de que querer ser el mejor en tu materia fuera un paseo y no un sueño guajiro.

Para ti, Santiago Alarcón, que me enseñaste a reírme en las peores crisis industriales y que el trabajo debe ser un goce y no una obligación.

Para ustedes, profesores que jamás he conocido, pero que han sido capaces de lograr todo esto. Muchas gracias, de parte del mundo completo, aunque quizá el mundo completo no se ha dado cuenta. Son ustedes quienes sostienen al mundo.

A ustedes también, mis amigos que se ganan la vida flagelando alumnos o siendo parte del proceso de molerlos hasta punto de hamburguesa. A todos ustedes les digo: Ánimo. No pierdan la fe ni el gusto.

Es un trabajo frustrante, ingrato, mal pagado, poco presumible. Y sin embargo, se sigue haciendo con una sonrisa.

Extrañaba dar clase. No sabía en realidad cuánto.

miércoles, 1 de junio de 2011

On the road again!

Viajar es una de esas cosas de las que me enamoré desde el primer día, como del kendo, del rol, de los juegos o la programación.

Eran los últimos días de Octubre del 2001, yo acababa de descubrir a Yannic Noah. Por razones que no corresponden a éste post, pero si a mis memorias (que serán publicadas cuando finja mi muerte y me escape a las Islas Caiman viviendo de las regalías) me vi forzado a dejar atrás amigos, diversiones, gustos... un plan de vida.

Porque el Diablo danza en las cortinas, Karma se ríe de nosotros (en ese entonces aún no se casaba con Murphy) o porque los escritores -admito- tienen un timing impecable e implacable, se me presentó un trabajo perfecto: iba a viajar al menos tres semanas de cada mes. Era mi equivalente a marcharme a la Legión Extranjera... era obvio que diría que sí.

En los primeros días de Noviembre me levanté de un sofá que no era mío, salí sin despedirme de nadie. Me fui a mi casa con una mañana a nada de aguanieve, con Glicerine de Bush musicalizándome. Esa canción es un himno personal; pocos sabían que es de esa mañana; la mayoría sólo sabe de su redención algunos años después.

Empaqué y a la mañana siguiente emprendí mi primera misión. Nuevo Casas Grandes fue mi primer viaje en una serie que me llevaría a conocer -casi- todo el país. Fue también una verdadera clínica de rehabilitación: Comía bien, dormía mejor, trabajaba de lunes a lunes a veces en pura programación para no pensar, a veces en mera soldadura para pensar de más.

Fue la primera vez que me paré a mitad del desierto con un cielo infinito. Ahí tomé conciencia de lo insignificantes que somos. Nunca antes había estado en un lugar con horizonte tan bajo. Cuando tres semanas después entré al cibercafé del lugar a revisar los horarios de vuelo para mi retorno, escuché por primera vez Mama I'm coming home de Ozzy Osbourne. Era momento de regresar y recuperarme.

Sin embargo, cuando me fui de mi otra vida, dejé atrás algo por demás importante: Mi habilidad y gusto por escribir. Desde entonces no podía escribir siquiera un reporte técnico sin sentirme triste, arrastrado de vuelta a cosas que no quería recordar. Un tiempo indeterminado después, Conocí a quien terminaría de curarme.

Vi por primera vez a Mayra el día que la ayudé a mudarse, sólo que en realidad la conocí hasta que tomamos chai latte en el -tristemente desaparecido- Café del Carmen. La conocí por mediación de Gerardo. El mismo compañero de la escuela que sería también responsable de traer a Eva a mi vida. Y no, no compensa, por si alguien quería preguntar.

Algunas semanas después, de viaje por Morelos, desperté a mitad de la noche. Serían acaso las 2am y tuve un impulso enorme, el de escribirle. El de contarle de mi viaje por Morelos, de la gente, de las cosas, de mis divagares. Me salí con un cuaderno y una pluma. Le escribí una carta algo extensa, la firmé, nunca la entregué, nada de ese escrito quedó, sólo el impulso de escribir.

A partir de ahí le escribí tanto como podía. Esa navidad recibí uno de los mejores regalos de mi vida: un teclado para mi palm. Montones de archivos fueron escritos en la mesa de la cena de algún lugar perdido. Desde la selva de Yucatán, la neblina de la Sierra Norte de Puebla, el calor de Tamaulipas. Nunca se lo dije, pero por ella pude volver a escribir.

Desde que me cambié a Ingeniería deje de escribir esos largos correos. En parte por mis ocupaciones, en parte porque afortunadamente tenía messenger para platicar con ella todo el día. Otra cosa que cambió también desde que dejé Servicio fue el viajar. Aparentemente estaré haciéndolo un poco más en próximas semanas. Escribo esto desde el restaurant de mi hotel. Le prometía Mayra que le escribiría como en los viejos tiempos, pero, si soy sincero, cada etapa del viaje me recuerda tantas cosas que no sabría por cuál comenzar.

En mi vida he tenido oportunidad de ver muchas cosas, muchos lugares y muchas personas interesantes. Muchas han tenido un gran impacto en mi vida, como todos. Algunos han tenido un papel, lo han cumplido y se han ido (aunque a otros aún no les llega el memo). Algunos otros tuvieron un papel tan fuerte que la impresión no se borrará nunca. Entre esos están Los Ojos de Mayra y nomás.

Así que, cuando leas esto: Gracias. El Oso y yo mandamos muchos saludos; Tanto tanto.