domingo, 30 de mayo de 2010

Les juro que no es comercial.

En la vocacional solíamos decir “si no te han timado en Republica del Salvador, no has ido a República del Salvador”.

Antes de que algún lector salvadoreño repare, me refiero a una calle del centro de la Ciudad de México.

Antes de que los que han ido a comprar pedazos de computadora concuerden, debo decir que en mucho, no hablamos de la misma República.

Hace muchos años, cuando estaba yo en la vocacional, dado que estaba inscrito en el taller de Electrónica, seguido iba yo a esa calle. En esos entonces, a comprar componentes electrónicos. Ahora transistores, ahora resistencias, ahora rapid circuit y cloruro férrico, ahora integrados.

En esos entonces, esa calle (no la plaza que tiene fachada en Uruguay, Salvador y Eje Central) contenía un sinfín de tiendas de electrónica. Conforme uno caminaba hacia el zócalo, con un pequeño respiro de tiendas de música, República cambiaba de giro a un montón de tiendas especializadas de papelería. Por ello, los compañeros (y más importante, las compañeras) del taller Construcción solían decir cosas similares de la misma calle.

Se dio que fui a conseguir por primera vez mis integrados para electrónica digital. Por supuesto, el profesor, quizá queriéndonos enseñar en un sistema mayéutico/manchado, nos envió a buscar integrados muy específicos de Motorola y de tipo HS. Cuando en Steren me dijeron que solo tenían uno solo de mi lista y costaba el equivalente actual a cuatrocientos pesos, pensé que era probable que la lista estaba equivocada… O que Steren no tenía suficiente surtido.

El destino quiso que la siguiente tienda donde pregunté fuera una muy particular:

No me extrañaría que atendiera un viejo chino que vendiera Gremlins. Pequeña, muy pequeña, con espacio para apenas unos pocos clientes. Un escalón por debajo de la banqueta y mostradores con vitrinas superiores de madera amarilla y vidrios gruesos, opacos y ya verdosos. Poca iluminación y cajoneras de madera de piso a techo sin etiquetas. A decir verdad tenía más olor a tlapalería que a tienda de electrónica.

Tras unos lentes de doble fondo, un hombre grande, de edad y tamaño, de bigote amorzado y cabello de genio loco, me atendió. Debió notar mi cara de desesperanza al recitarle mis integrados, porque después de sonreír me preguntó para qué tipo de aparato eran. Estoy seguro que no hubo un zape mental implícito, porque es obvio que cada año la nueva generación de estudiantes tarde o temprano caía por ahí con la misma cara de duda.

Lo que si hubo, fue mucha paciencia de su parte. Me explicó que los integrados que necesitaba eran tremendamente comunes, excepto que en realidad no necesitaba que fueran HS ni tampoco Motorola. No al menos para proyectos escolares. Terminé saliendo de ahí con integrados apropiados, a muy buen precio (en dinero de hoy en día, un promedio de 12 pesos por integrado), y más importante aún, con mas conocimiento del que tenía al entrar. No solo en integrados, sino en el mero hecho de que muchas de esas tiendas eran atendidas por gente con el mismo gusto que yo; “de los míos”. Obvio decir que mientras necesité componentes de ese tipo, ese fue mi lugar favorito.

Fast forward a la época actual, acompañé a Eva, mi roomate, a comprar unos audífonos inalámbricos para su computadora. Ahora, sí, a la República del Salvador más conocida por la Plaza de la Computación.

Uno está perfectamente de acuerdo con que la gente del software en la calle (que además tiene sus oficinas de venta en las mesas del McDonalds, pero eso lo dejo para otro post), no tiene idea de lo que vende. Para ellos es lo mismo el Acrobat Reader que el Acrobat Professional. Y poca distinción hacen entre el Starcraft para PC y para Mac (nuevamente, otro post, circulando, circulando).

Sin embargo, de algún modo, aunque quizá matizado por mi fe en la gente esperábamos que, si se dedican a vender audífonos, ratones, teclados y demás accesorios de usuario, por lo menos supiera que ese tipo de audífonos son comunes. Si bien no del todo en el mercado comercial al momento de ir a buscarlos, tampoco son algo de lo que no se hubiera escuchado.

El primer puesto donde alguien le dijo “no señorita, de esos no hay” se ganó una mirada condescendiente de parte de ella. Los siguientes, donde incluso topamos con miradas de “esas son cosas del diablo” nos dieron una idea del panorama general.

No fue una sorpresa, yo había ya armado algunas computadoras con componentes comprados ahí mismo, por lo que sabía de experiencia que lo mejor es llegar con tu propia lista y jamás jamás jamás dejar que el vendedor escoja.

Pero de todos modos sentí la pérdida de la imagen romántica que tenía del lugar. Es como haber andado con una chica simpática de la que te separas en buenos términos y la encuentras muchos años después tirada en un callejón abrazada a una botella y con marcas de agujas en la parte interior del codo.

Bueno, quizá no tanto, pero dejaré el texto así, por el bien del drama.

A partir de ahí, todas las misiones a República son contra tiempo:

- Entras.
- Buscas lo que vas a comprar.
- Pagas.
- Sales tan rápido como puedas.

Es una visita a un pariente incómodo.

Más aún, no es el único lugar:

Cuando recién me mude a mi actual hogar, años atrás, fui al Blockbuster local a actualizar mi suscripción. Aprovechando, le pedí a la dependiente si de casualidad tendría Taxi. Una película que me había evadido hasta ese momento. La chica me dijo “¿la de los taxistas y el policía que no sabe manejar?” (asentí sonriendo). “¿Qué andan cazando a unos asaltabancos?” (asentí con una sonrisa aún mas grande) “Sí, si la tenemos, voy por ella” (miré a Eva con ojos de cachorro emocionado) “mire, aquí la tiene” (de mi rostro huyeron todas las emociones, salvo una enorme indignación) “No… la de Queen Latifah no… quiero la de Luc Besson” dije conteniendo mis emociones (Eva contenía la risa).

Es difícil ser amable con un mesero que no es amable con nosotros, o de mostrarnos razonables con un vendedor que nos quiere vender lo que no necesitamos otorgándose un título de "experto" para el que no califica. Eso desafortunadamente nos ha creado una coraza de atención. Los vendedores se convierten en un personaje, dejan de ser una persona y pasan a ser una función.

Fue por eso que me tardé en darme cuenta del cambio de trato:

Hace unas semanas fui a Blockbuster. No el mismo de Taxi, sino otro en Av. Camarones, cerca del Casco de Santo Tomás. Ya sé que parece comercial, pero merecen la mención.

En esa ocasión terminé comprando Street FIghter IV. El dependiente vio el disco e hizo comentarios variados sobre el juego. Concordamos en que Blanka es el personaje más amigable para novatos. La plática se fue a Killer Instinct y Cinder, Rare y la posibilidad de que salga a XBLA.

Un par de semanas después, un sábado temprano por la mañana fui a comprarme una consola portatil. Siendo la hora que era y que no había nadie, me tomé el tiempo para comparar los modelos. La dependiente tuvo la atención de abrirlos, dejarme ver el manual. Me platicó de que si el tipo de memoria, que si el tamaño de la pantalla, de juegos que valieran la pena “no de esos juegos para niñas” (sic). Salí contento con mi DSi. Bien atendido y con la confianza de que, al menos esta chica, sabía lo que vendía.

Finalmente, hace unos días Eva y yo fuimos a rentar un par de juegos. Cuando llegamos a la caja, el dependiente nos ofreció hacernos socios distinguidos. ¿Qué qué es un socio distinguido? Eso ya sería caer en un comercial, pero la razón por la que aceptamos fue porque nos supo vender la idea: “Eres una persona más o menos así. Por los juegos imagino que les gustan de este tipo, y las ventajas te ayudarían por esto y esto…”

Vio al cliente, lo analizó, le ofreció el producto y lo vendió. Un buen trabajo.

Íbamos ya en el taxi de vuelta a casa mientras recapacitamos; Tan acostumbrados a los dependientes que te dan el avión o que en realidad no dominan el producto que perdimos la oportunidad de en realidad interactuar con personas, no con funciones.

Quizá solo fueran coincidencias. Quizá es parte de su entrenamiento en un negocio que se creería en vías de extinción. Quizá el resto del personal es tan malo como los de República (lo dudo), o quizá simplemente nos endulzaron el oído. El hecho es lograron la venta y nosotros salimos contentos. Sería sumamente raro que alguien de ese Blockbuster leyera este blog, aunque nunca se sabe, pero si acaso lo leen, felicidades; están haciendo un buen trabajo.

domingo, 23 de mayo de 2010

El Semestre de la Sequía.

Tres semanas antes de salir de la secundaria estaba 100% seguro de que quería ser un abogado el resto de mi vida.

No, en serio. Quería ser abogado.

Dos semanas antes de salir de la secundaria, por esos azares del destino, me cayó una regresadora descompuesta a las manos. ¿Que qué es una regresadora? Es un aparato donde pones las películas (beta o VHS) para reembobinarlas. Quizá reembobinadora sería más apropiado, pero como el Word me marca ambas como palabras desconocidas, me quedaré con el nombre común. ¿Qué qué es una beta o una VHS? Ahí sí, mejor googlealo... bueno ya, te ayudo.

Me crié en un taller mecánico. Así que desde niño se me inculcó la curiosidad de saber “como son por dentro las cosas”. Mi padre tenía a bien llevarnos “a trabajar” algunos sábados a mi hermano y a mí. Por supuesto, trabajar, siendo que yo andaba sobre los diez o doce años, mi hermanos entre los seis u ocho, en realidad era un pretexto que usaba mi padre (en complicidad con mi madre, estoy seguro) para acercarnos a él.

“Nos levantamos muy temprano” (las 8am)
“Desayunamos muy ligero” (porque después almorzamos cerca del taller)
“Trabajamos hasta medio día” (yo a leer manuales y mi hermano a desarmar piezas descompuestas destinadas al fierro viejo)
“y de lo que les dé, le dan gasto a su madre” (difícilmente el 10%)

Por eso mismo cuando me dijeron “ya la vamos a tirar, porque no sirve” la pedí para mi curiosidad. La revisé, encontré el problema, y con un poco de creatividad (y plastilina epóxica), la hice funcionar de nuevo. Esa regresadora (con forma de carro) terminó siendo usada hasta el día en que finalmente erradicamos al VHS de mi casa.

Esa fue una de esas situaciones que crean universos paralelos. En otra dimensión, seguramente, en lugar de estar sentado escribiendo este texto, estoy escribiendo un amparo o una ley… o eso que hacen los abogados, lo siento, no tengo idea.

Del mismo modo que el mundo cambió cuando a Hitler lo rechazaron de la escuela de pintura, o a George Lucas le negaron los derechos de Flash Gordon, de ese mismo modo (salva sea la diferencia) me cambió la vida. Dos semanas antes de decidir qué hacer con mi vida, decidí cambiar radicalmente el plan trazado. El abrir y reparar los sutiles mecanismos de una regresadora me procuraron un placer que hasta ese momento los motores de mi padre no habían podido.

Aunque varias veces he declarado abiertamente que nunca fui buen estudiante, eso es verdad solo a medias. Primaria y Secundaria fueron pan comido (aunque.. ¿para quién no?). Fue al llegar a la vocacional (finalmente seguro de que quería ser ingeniero en electrónica) me encontré con una fría realidad. Yo no era un estudiante estrella.

Mi primer semestre lo sobreviví. Me fue muy difícil entender que ya no era yo el mejor estudiante de mi grupo en matemáticas y ciencias. En la vocacional en ese entonces, salvo un par de materias, todo era alguna versión de ciencias. Aún así, tras mi primer año, me encontré a nada de ser expulsado.

Arrastraba una materia del semestre anterior. Reprobé otras dos ese semestre. Una de ellas… bueno... Según yo, alcanzaba los 18 puntos en tres exámenes, por eso rechacé la propuesta del maestro de intercambiar un libro para la biblioteca de esa academia por un punto.

Seguro de mí, regresé a mi casa (vivía muy cerca de la escuela en esos días) y revisé mis viejos exámenes para estar seguro. Tres minutos después salía a toda carrera a la escuela con todos los libros de esa materia (no sabía cuál iba a querer el maestro). Sólo tenía 17 puntos.

Cuando llegué al cubículo el maestro ya se había ido. Las listas ya estaban en control escolar. Oficialmente estaba fuera de reglamento. Esto es, no podía apuntarme al siguiente semestre hasta no limpiar las materias adeudadas. Podía inscribirme si debía dos materias, pero forzosamente debía aprobar la que arrastraba del semestre anterior. En otras palabras, FUBAR.

Ese mismo día, porque la vida es muy extraña, ocurrirían muchas otras cosas. Una de ellas debiera marcarse en mi vida como un hito por una importancia que en ese momento no supe ver. Y sin embargo, la situación de la escuela era tan grave para mi percepción de ese entonces, que simplemente el estar fuera de reglamento dominó cualquier otra situación de ese momento. Mas o menos como cada que habrá un nuevo impuesto, y en las noticias publicitan la boda, la muerte o el escándalo de algún famoso.

Ahora, situémonos. Es obvio que era yo una persona madura (ajá) responsable (ajá) y más que nada, dueño de mi destino (jajaja). Por eso, después de que llegué con mi madre con la cola entre las patas para decirle que estaban a punto de expulsarme, fui a la iglesia a hacer un juramento. El último que haría en mi vida… O al menos el último a una deidad. Sí. Mi madurez no daba para más.

Juré no volver a jugar videojuegos hasta no componer mi problema en la escuela.

Esa tarde fui con mi hermano a despedirme. Adiós al Final Fight. Adiós al Kung Fu Master, Adiós a DJ Boy… pero más que nada, adiós al Task Force Harrier.

La despedida no fue dramática, pero si melancólica. Sabía que pasaría mucho tiempo, quizá tres semanas, antes de volver a tomar un control. Ese día terminé finalmente el DJ Boy con una ficha... el Task Force Harrier… con muchas.

Regresé a casa y me puse a estudiar.

A pesar de que mi hermano jugaba en la misma habitación todo el tiempo Kung Fu Master en el NES.

A veces sospecho que no me quería.

Fue una época muy dura. Aprender a diseñar elementos de medición sólo con unas cuantas resistencias y un galvanómetro es un poco más complejo cuando estás sufriendo síndrome de abstinencia. Sin embargo, estaba yo tan seguro de que quería ser ingeniero en electrónica que puse todo mi empeño en pasar esos exámenes.

Sin importar lo mucho que quería jugar Final Fight.

Sin importar lo mucho que quería un Super Nintendo.

Sin importar que mi hermano no dejaba de jugar Kung Fu Master y algún nuevo Megaman.

Sin importar que Club Nintendo avisaba que el SNES tendría su unidad de CD-ROM desarrollada por Sony (El problema es que Nintendo le puso los cuernos a Sony con Philips encargándole el mismo proyecto. Cuando Sony se enteró, cortó con Nintendo y desarrolló su propia consola, el Playstation).

No. Me inscribiría al siguiente semestre a pesar de que eso equivalía a escalar las Montañas de la Locura.

Lo que me salvó la carrera, lo que me permitiría concentrarme lo suficiente para ignorar mi sed de bytes, fue el rock.

Estaba yo en casa de un compañero asaltando sus notas y sus exámenes (que él si pasó) cuando vi su música. Le pedí prestado dos casetes (como un VHS, pero de música y que se grababa por los dos lados, como un acetato, diferente de un 8-track, que a su vez es más práctico que el rollo de cera) el soundtrack de Flashdancey otro que en la portada tenía unas calaveras en una cruz.; cada calavera con un sombrero diferente.

Cuando llegué a casa, en un pequeño cuarto de lámina que había en el patio, que acondicioné para estudiar lejos de mi hermano (era Megaman 4, creo), puse el casete de las calaveras. Y mi mundo cambió. Axel Rose y compañía me dieron la bienvenida a la jungla y me dieron algo más. La capacidad de concentrarme por completo en una tarea. Hasta ese momento, no lo sabía yo (después de todo, así había sido toda mi vida, ¿por qué habría de ser extraño?), pero mi atención se dispersaba en mi ambiente. Guns And Roses, y después Metallica, y después Joe Cocker, y después otros tantos, me permitieron aislarme del mundo durante el reto más grande hasta ese punto de mi vida.

Finalmente vinieron los exámenes. Los pasé, algunos amigos se quedaron en el camino. A algunos los volvería a ver, a algunos otros no.

A algunos otros amigos, pese a que ya me había regularizado, no los vería, por mi decisión, hasta casi medio año después. Consideré mi deuda pagada cuando me inscribí al cuarto semestre estando regular. Mas o menos seis meses después de haberlos dejado, regresé a los videojuegos. A tiempo para el Stree Fighter II.

Después vendría un gran cambio más, esta vez por Pink Floyd, y después me enamoraría de Led Zeppelin, y más adelante The Who y otros igual de importantes. Pero a todos ellos los conocí en la vocacional y mientras estudiaba la ingeniería, pero todo ello gracias a que Guns And Roses (Lies, Apetite y los dos Use you Illusion) y el álbum negro de Metallica me permitieron superar mi necesidad de juego en las primeras dos semanas. El resto del tiempo… El resto del tiempo los escuché por puro gusto.

lunes, 17 de mayo de 2010

De Peleas Callejeras.

Tengo una ampolla en mi pulgar izquierdo.


No es la gran cosa, apenas se nota, apenas se siente…


Hace muchos ayeres, allá por el ’88 o algo así, conocí el primer Street Fighter. Una compañía llamada Capcom tuvo a bien sacar al mercado un juego cuyo control haría historia. Un japonés pelirrojo (sí; en esa primera versión Ryu era pelirrojo) se dedicaba a pelear contra combatientes de todo el mundo.


El primer juego de peleas que llegué a jugar, Karate Champ (allá por el ‘85), ocurría dentro de un torneo (con jueces y toda la cosa). Aunque era sumamente simple, en ese momento era EL juego de peleas. Sus controles podrían parecer extraños para los estándares de hoy, pues usar dos palancas y ningún botón nomas ya no se usa.


Yo creo que esa fue una época muy curiosa con los juegos. Muchos fabricantes diseñaban sus controles personalizados para el juego. Hoy en día lo común es una palanca y algunos botones. En esa época llegué a jugar con un enorme trackball, llegué a sentarme en lo que parecería un helicóptero de monedas de afuera de una farmacia, llegué a usar un periscopio de submarino, por mencionar algunos. Supongo que la fuerza evolutiva de los juegos aún tenía que estirar las piernas y conocer sus límites.


Por ello mismo, ya en el ’88, Street Fighter dejó a todo el mundo con el ojo cuadrado; un esquema de control de una palanca y seis botones se antojaba alienígena. Hoy estamos acostumbrados a una cantidad enorme de entradas; no solo botones, sino botones analógicos o palancas de alta sensibilidad, o incluso, (Nintendo jugando a ser Nintendo) la reducción drástica de botones, mas el ingreso gestual de comandos (léase: el wiimote; y aún falta ver que viene con Natal y PS Move).



En serio: pan comido


Lo vi poco, porque mi estatura en ese momento no me permitía mirar por encima del hombro de la multitud que se había reunido para probarlo. Fue hasta un par de semanas después que por fin me aparecí en las maquinitas donde sabía que estaba (sí, en serio, así le llamábamos al local) cuando apenas abrían, para evitar al resto de la gente. Inserté mi ficha, probé los botones, creí comprender el contexto, y duré apenas los segundos necesarios para que el enemigo (un japonés llamado Retsu) me mandara al piso dos veces. Y sin embargo, fue suficiente para darme cuenta de que un juego que era mucho más detallado, que permitía poderes especiales, y que, más importante aún, permitía que otro jugador entrara a retar en cualquier momento, tenía un potencial enorme. Podrían incluso hacerse torneos en un sentido más estricto que el de dos tipos jugando cada quien en su gabinete por puntos (la verdad, eso era aburrido, pero era lo que había).


Sin embargo, en parte porque la cantidad de botones asustaba a la gente, en parte porque los procesadores de ese entonces no podían con el juego y tenía unos cambios de velocidad frustrantes y en parte porque el juego, una vez dominados los poderes era tremendamente corto (aún entre jugadores humanos con experiencia), el primer SF no tuvo un gran éxito. Y así, por muchos años, el primer SF se convirtió tan solo en “el juego de los seis botones”.


Unos 3 años después, ya fuera de la secundaria, pero aún no bien acondicionado a la vocacional, regresaba a casa de ir a no sé dónde. Al pasar por un local de juegos, volví a escuchar el audio de la bola de Ryu, pero con una resolución y detalle que me hizo voltear a un gabinete repleto de gente “hay que ser aferrado” pensé “para abarrotar un juego ya tan viejo” pero la curiosidad pudo mas, y mientras caminaba a ver por qué había tanta gente, comencé a escuchar audios que no podía relacionar con el juego que conocí, y culpa de ello era que el juego anterior, en realidad nunca pude entender nada (el “abuquen”, mas correctamente Hadoken era originalmente conocido como “la bola” porque el chip de audio del primer SF no tenía suficiente resolución como para que alguien entendiera lo que los peleadores decían).


Cuando por fin pude ver de qué se trataba el asunto, me quedé sorprendido por las perfectas animaciones del juego. Un soldado con un extraño peinado plano peleaba contra un Ryu de cabello café. Y en el fondo, un F16 con varios militares aplaudiendo y animando a los combatientes. Todo ello, haciendo gala de un efecto paralax tan bien empleado que permitía engañar al cerebro con un efecto de profundidad usando fondos planos.


Yo aún no lo sabía, pero ese juego, el Street fighter II cambiaría el panorama de los juegos para siempre. Y también mucho de la relación con mi hermano.


Él y yo siempre fuimos diferentes. Es cuatro años menor y sus gustos desde siempre han sido diferentes (cuando no opuestos) a los míos. Mientras él jugaba en la calle con sus amigos, yo estaba en casa leyendo libros. Él gastaba sus domingos en dulces o pelotas, yo en más libros.
Incuso, a pesar de que durante los años dorados del NES solíamos jugar juntos casi cualquier cosa que nos cayera a las manos (en serio: en algún momento llegamos a jugar Total Recall), para los tiempos del SF II habíamos comenzado a separarnos en todo lo que no fueran juegos.



Mucho ayudó que él iba a la secundaria en turno vespertino y yo a la vocacional matutino. Por eso mismo, mi hermano comenzó a jugar SF II por su cuenta cerca de su escuela, mientras que yo hacía lo propio cerca de la mía. Para cuando por fin instalaron el SF II en la papelería afuera de nuestra casa, ambos teníamos ya un nivel decente. El único problema aquí era que a ambos nos gustaba ese juego… y no era cooperativo.


Cuando lo veía llegar a la papelería y poner su ficha en cola para retar, yo sabía que uno de los dos saldría molesto del lugar. Por supuesto, la sola idea de compartir un juego o llevarnos amigablemente estaba fuera de nuestra imaginación e intención. Por eso mismo conforme fuimos subiendo de nivel, comenzamos a buscar el modo más molesto de vencer al otro. Juegas con Blanka? Ah, pues escojo a Guile. Ah sí? Pues, entonces escojo a Chun-Li. Ah sí? Pues escojo a Ken. Ah sí?... ad nauseam.


Pero como en muchas otras grandes historias, como en Flash Gordon, como en Dune, como en Starcraft, facciones aparentemente enemigas han tenido que juntarse para hacer frente a un enemigo común, mi hermano y yo tuvimos que hacer lo propio.


Nuestro Némesis? El Güero.


El Güero (nunca supe su nombre) era un chavito de, cuando mucho, once o doce años. De voz chillona, una innata habilidad para burlarse y ser molesto al grado de avergonzar a los más molestos, fastidiosos y ruidosos niños en Xbox Live. Lo que es peor, es que era muy bueno jugando al grado de ser considerado el vago del lugar (jerga en videojuegos que indica un alto nivel de destreza en un juego dado). Y para coronar, sus dos amigos, igual de buenos para la burla, aunque aquí sí, no valían un peso en el juego.


Y pues fue que en algunas vacaciones, no estoy seguro de cuáles, mi familia se fue una semana a casa de una tía en puebla. Lo bueno? A dos calles había una maquinita de SF II, lo mejor? El nivel promedio de los que jugaban ahí era muy bajo, así que mi hermano y yo acaparamos. Lo aún mejor? En realidad no había nada que hacer en casa de mi tía, así que mi madre, para no vernos aburridos y quejándonos todo el día decidió darnos libertad completa para jugar tanto como nuestro presupuesto permitía.


El único problema fue que era una de estas máquinas de mueble viejo. Busqué imágenes en internet pero no encontré, probablemente porque Derechos Humanos debió haber mandado quemar todas las palancas de ese tipo, pero, en la época en que se hacían maquinitas con ataris, existía un modelo de palanca sádica. En primera el resorte era muy duro y había que aplicar mucha fuerza (comparativamente hablando), en segunda, la palanca era corta, así que si usabas la palma, un rato después tenías calambres en los músculos del dedo meñique, y tercera, la palanca corta y pesada, terminaba en punta. En qué caraxos pensaba el que la diseñó?


Pero no importaba, teníamos un campo de entrenamiento prácticamente para nosotros solos y mucho tiempo libre. Usábamos trapos para poder jugar sin lastimarnos, cosa que funcionó solo hasta el miércoles. Ese día en la noche me di cuenta de que ya se me habían abierto las llagas. Y mi hermano no estaba mejor.


Aún así, seguimos adelante. Esa semana fue, ahora que la miro para atrás, una semana en que mi hermano y yo volvimos a acercarnos. Fue la primera vez en mucho tiempo en que le dije como hacer las cosas y el no me respondió con una rodada de ojos. Eso era un adelanto; para el domingo que empacamos, teníamos la mano izquierda vendada, nos sentíamos preparados y nos sentíamos un equipo.


Finalmente llegó el siguiente fin de semana. Ese día, como casi todos los sábados, fuimos a un puesto de huaraches con bistec, almorzamos viendo alguna película en la VHS, y, tan pronto pudimos, fuimos a la papelería y nos instalamos. Un rato después, cuando llegó El Güero y puso sus fichas, no tuvimos que esperar mucho. Varios de los que esperaban retiraron sus fichas de la cola. Qué caso tenía?


El Güero metió su ficha abriendo con las burlas correspondientes y fui yo a quien le tocó la primera pelea. No pude vencerlo. Era un poco más difícil porque, teniendo yo elegido a Blanka, tenía la ventaja de su lado seleccionando a Guile. Le costó trabajo, eso sí, y me gusta pensar que el que le costara mucho más trabajo del habitual, aún en esa desventaja, lo hizo dudar lo suficiente para que mi hermano lo terminara en dos rounds. Ni siquiera en el tercero. Las burlas cesaron para dar paso a los berrinches del mal perdedor. Pero claro, eso no se iba a quedar así. El Güero sacó otra ficha y la insertó entre acusaciones de trampa y todo el paquete. Mi hermano, en un gesto muy raro en él, dio dos pasos atrás, y le dijo en el mismo tono en el que le explicas las cosas a un niño de kínder “no Güero, no te hagas ilusiones, le ganaste porque llevabas ventaja, pero sabes qué? Ahorita te va a ganar de vuelta para que no te quede duda”. Me dio una palmada en el hombro y me dejó a cargo. Nuevamente, solo se necesitaron dos rounds. Más allá de la habilidad, El Güero estaba furioso y toda la confianza que traía consigo se convirtió en un lastre. Sun Tzu tiene razón en este tipo de cosas. Una ficha más, y una vez más mi hermano se hizo a un lado. Una vez mas sólo dos rounds.


Unas pocas fichas más, que mi hermano volvió a declinar, finalmente convencieron al Güero de que su reinado había pasado. Tras una última ronda de rabietas, El Güero se fue. Sonriendo, voltee a ver a mi hermano. “Qué fue? Te aburriste? Te dio miedo?” le pregunté. Él, mostrándome una servilleta enrojecida en su mano izquierda, me dijo “No, pero se me volvió a abrir la llaga”.


Casi diez años después, ambos ya en el mundo laboral, volvimos a acercarnos jugando Street Fighter Alpha 3 para el PS1. Cuando ya nuestros padres dormían y él llegaba de ver a la que ahora es su esposa, nos sentábamos a jugar a dos de tres combates. La mayoría en realidad tres de cinco, y en más de una ocasión, once de veintiuno.


Ahora, a casi 20 años, tengo la intención de retarlo en Street Fighter IV la próxima vez que se pare por aquí. Aunque admito que le llevo ventaja; esa es justo la razón por la que tengo una ampolla en el pulgar.

lunes, 10 de mayo de 2010

El Nintendo.

Sería para inicios de 1990 cuando mis padres hicieron lo que en aquel entonces era un esfuerzo supremo para comprarnos a mi hermano y a mí un Nintendo.

El NES salió al mercado en el '83 para Asia, y en el '85 para el resto del mundo. Sin embargo, el '85 no fue un año muy celebrado en la ciudad de México. Ahora bien, si me preguntan por qué el NES llegó a mi casa hasta el 90, la verdad es que no sabría que responder.

Podría optar por decir que la mía no era una familia adinerada y que por eso tardamos tanto en tener esa consola, pero la verdad es que fuimos los primeros en nuestra calle en tener un Nintendo. Voy a suponer, de momento, que se debió a las leyes arancelarias que Salinas, el presidente en turno, tuvo a bien acomodar. Mucho más abierto que López Portillo o que De La Madrid... No lo se. Mientras que el Atari, allá por el '80, '81, se conseguía sólo en la fayuca de Tepito, o importada a precios altísimos, recuerdo perfectamente que ese año, el Nintendo se peleaba con el Master System en los puestos de los tianguis de Corregidora, San Felipe o el mismo Tepito. A un precio mayor, pero aún accesible, se encontraba en Gigante o en Aurrerá (no se si Sears o El Palacio; no eran tiendas en las que compráramos).

Como iba diciendo. Me encontraba en 2o de secundaria. Mi hermano, menor que yo, estaba aún en la primaria. Ambos habíamos dejado atrás la magia de la inocencia del 6 de enero. Afortunadamente, eso no era motivo para que mis padres no hicieran el mismo esfuerzo que año con año venían haciendo desde 1977. Ese año, en el zapato de mi hermano, había $200,000 pesos, más otra cantidad igual en el mío.

Ahora, para quien lea esto y no tenga idea de por qué algunas viejas revistas tienen en su etiqueta de precio "N$20.00 (precio pacto)", resulta que hace muchos años, la inflación y la devaluación de la moneda alcanzó un nivel tal, que se decidió que nuestra moneda tenía muchos ceros. Asi que entre el entre el '93 y el '96 reimprimió la moneda para quitarle ceros y durante esos años, la moneda llevó la N frente al $. Asi que cuando digo $200,000, en teoría serían $200, aunque claro, tengan en cuenta la devaluación de ese entonces para acá.

Con todo, mi hermano y yo fuimos tan temprano como se pudo a Tepito a comprar nuestro Nintendo. Ahora, imaginen un 6 de enero donde ese fue el juguete mas comprado, seguido del Master System (para los padres que nunca escucharon a sus hijos). Obviamente estaba agotado y los vendedores estaban ya empacando para irse a dormir después de la noche mas agitada el año para ellos.

Como dije antes, el esfuerzo fue enorme y no lo fue sólo por el dinero. Esos fueron días en que mi familia estuvo muy cerca de desbandarse. Pero todo estaba en segundo plano, porque ese día, a esa hora, estabamos mas bien preocupados porque no encontrábamos la bendita consola por ningún lado.

Caminamos todo el Eje, luego calles adentro, finalmente de vuelta al Eje, y nada. Cada insinuación de mis padres de que mejor regresábamos a la siguiente semana fue recibida con gruñidos. Ambos, mi hermano y yo, sabíamos perfectamente que si nos retirábamos, no tendríamos el dinero completo para la siguiente semana. Sabíamos que si de algún modo lográbamos no gastar el dinero, tendríamos una semana eterna hasta regresar por la consola. Y sabíamos que aún con el dinero, y con un fast-forward a la siguiente semana, tendríamos que agarrar de buenas a mi padre para que nos llevara de nuevo a engentarse a Tepito (cosa que odia hasta la fecha). No. Retirarse era el peor curso de acción.

Ahora bien: Siempre que comprábamos algo en lo mas profundo del Tepito, lo que fuera, encontrábamos algo idéntico, pero mas barato, a solo unos pasos del estacionamiento, o al menos eso solía decir mi padre mientras, malhumorado, guardaba las cosas en el auto. Es por eso que mientras caminábamos de vuelta al auto, yo me resistía a bajar la vista como había hecho mi hermano ante las negativas que habíamos encontrado.

Y sucedió... o algo así.

El paquete oficial, recordarán todos los que vivieron esos días, constaba de la consola, los dos controles, los cables de conexión (a quién le importan, es obvio que deben venir, si no, como juegas, no?), el zapper, y un cartucho con Super Mario Bros. y Duck Hunt.

Pues no. Este tenía solo la consola. Los dos controles y los (obvios) cables de conexión. No contenía ningún juego, era el último paquete, no tenía zapper, y costaba $480,000. Y ahí sí, se nos fue el mundo al diablo.

Lo único que quedaba por hacer, la ultima oportunidad, sin importar que no había dinero, que mis padres estaban por separarse, que probablemente habíamos agotado lo que quedaba de suerte, fue mirar a mis padres con cara triste. No tengo hijos, pero intuyo, quizá a nivel primitivo, que esa mirada puede hacerte cometer grandes actos de amor... por ponerle una palabra bonita.

Mis padres se miraron, desembolsaron los otros $80,000 faltantes, y como pago se conformaron con la amplia sonrísa de sus hijos, que, en el momento en que pusieron sus manos en la caja, se olvidaron del mundo.

Afortunadamente mi madre estaba ahi para evitar una catastrofe del tamaño del
Gimli Glider y negoció con el vendedor que incluyera un juego de los 2 que aún le quedaban. Y porque deveras hay un Dios, el vendedor aceptó.

Una semana después, mi madre llevó "al monte" la televisión a color y algunas joyas, porque no había dinero para comer. Pero no importaba, porque mi hermano y yo podíamos seguir jugando
Golf en la vieja televisión B/N que estaba en nuestra habitación. Ciertamente, Golf no era siquiera un juego divertido y pasarían aún muchos meses antes de poder comprar juegos decentes, pero la otra opción era Ma-Jong.

En retrospectiva, y mientras leo mis memorias de ese día, me doy cuenta de que mi hermano y yo debimos parecer un par de niños consentidos y egoístas (no que las cosas hayan cambiado mucho en estos 20 años), pero hay algo mas ahí, algo no tan evidente, y es que, a pesar de los problemas que mis padres tuvieron esos días, y de todo lo que se revolvía en mi cabeza en ese entonces, tanto dentro como fuera de la familia, a pesar de que el único juego con que contábamos era Golf, siempre recordaré ese día que mis padres dieron todo lo que pudieron y aún mas por nosotros. En ese momento estábamos maravillados con el juego. 20 años después sigo maravillado de mis padres.

... aún así... Golf... chale.