miércoles, 1 de junio de 2011

On the road again!

Viajar es una de esas cosas de las que me enamoré desde el primer día, como del kendo, del rol, de los juegos o la programación.

Eran los últimos días de Octubre del 2001, yo acababa de descubrir a Yannic Noah. Por razones que no corresponden a éste post, pero si a mis memorias (que serán publicadas cuando finja mi muerte y me escape a las Islas Caiman viviendo de las regalías) me vi forzado a dejar atrás amigos, diversiones, gustos... un plan de vida.

Porque el Diablo danza en las cortinas, Karma se ríe de nosotros (en ese entonces aún no se casaba con Murphy) o porque los escritores -admito- tienen un timing impecable e implacable, se me presentó un trabajo perfecto: iba a viajar al menos tres semanas de cada mes. Era mi equivalente a marcharme a la Legión Extranjera... era obvio que diría que sí.

En los primeros días de Noviembre me levanté de un sofá que no era mío, salí sin despedirme de nadie. Me fui a mi casa con una mañana a nada de aguanieve, con Glicerine de Bush musicalizándome. Esa canción es un himno personal; pocos sabían que es de esa mañana; la mayoría sólo sabe de su redención algunos años después.

Empaqué y a la mañana siguiente emprendí mi primera misión. Nuevo Casas Grandes fue mi primer viaje en una serie que me llevaría a conocer -casi- todo el país. Fue también una verdadera clínica de rehabilitación: Comía bien, dormía mejor, trabajaba de lunes a lunes a veces en pura programación para no pensar, a veces en mera soldadura para pensar de más.

Fue la primera vez que me paré a mitad del desierto con un cielo infinito. Ahí tomé conciencia de lo insignificantes que somos. Nunca antes había estado en un lugar con horizonte tan bajo. Cuando tres semanas después entré al cibercafé del lugar a revisar los horarios de vuelo para mi retorno, escuché por primera vez Mama I'm coming home de Ozzy Osbourne. Era momento de regresar y recuperarme.

Sin embargo, cuando me fui de mi otra vida, dejé atrás algo por demás importante: Mi habilidad y gusto por escribir. Desde entonces no podía escribir siquiera un reporte técnico sin sentirme triste, arrastrado de vuelta a cosas que no quería recordar. Un tiempo indeterminado después, Conocí a quien terminaría de curarme.

Vi por primera vez a Mayra el día que la ayudé a mudarse, sólo que en realidad la conocí hasta que tomamos chai latte en el -tristemente desaparecido- Café del Carmen. La conocí por mediación de Gerardo. El mismo compañero de la escuela que sería también responsable de traer a Eva a mi vida. Y no, no compensa, por si alguien quería preguntar.

Algunas semanas después, de viaje por Morelos, desperté a mitad de la noche. Serían acaso las 2am y tuve un impulso enorme, el de escribirle. El de contarle de mi viaje por Morelos, de la gente, de las cosas, de mis divagares. Me salí con un cuaderno y una pluma. Le escribí una carta algo extensa, la firmé, nunca la entregué, nada de ese escrito quedó, sólo el impulso de escribir.

A partir de ahí le escribí tanto como podía. Esa navidad recibí uno de los mejores regalos de mi vida: un teclado para mi palm. Montones de archivos fueron escritos en la mesa de la cena de algún lugar perdido. Desde la selva de Yucatán, la neblina de la Sierra Norte de Puebla, el calor de Tamaulipas. Nunca se lo dije, pero por ella pude volver a escribir.

Desde que me cambié a Ingeniería deje de escribir esos largos correos. En parte por mis ocupaciones, en parte porque afortunadamente tenía messenger para platicar con ella todo el día. Otra cosa que cambió también desde que dejé Servicio fue el viajar. Aparentemente estaré haciéndolo un poco más en próximas semanas. Escribo esto desde el restaurant de mi hotel. Le prometía Mayra que le escribiría como en los viejos tiempos, pero, si soy sincero, cada etapa del viaje me recuerda tantas cosas que no sabría por cuál comenzar.

En mi vida he tenido oportunidad de ver muchas cosas, muchos lugares y muchas personas interesantes. Muchas han tenido un gran impacto en mi vida, como todos. Algunos han tenido un papel, lo han cumplido y se han ido (aunque a otros aún no les llega el memo). Algunos otros tuvieron un papel tan fuerte que la impresión no se borrará nunca. Entre esos están Los Ojos de Mayra y nomás.

Así que, cuando leas esto: Gracias. El Oso y yo mandamos muchos saludos; Tanto tanto.

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