miércoles, 27 de junio de 2012

De ires y venires (I).

Recién me había mudado a San Cristobal. Después de vivir a diez minutos de caminata de la primaria. Quince de la secundaria y veinte de la vocacional, vivir a más de una hora de camino se antojaba tiránico.

Sí, odié a mis padres por su decisión de mudarnos a San Cristobal.

Levántate a las cinco, para salir al menos a las cinco y media. Toma la combi que va a Indios Verdes. lucha salmónicamente (no salomónicamente, dos cosas distintas) contra todo el río de gente al entrar al metro. Avanza una estación, trasborda, llega corriendo a Ferrería, corre a estirar la tolerancia para entrar a clase de siete.

Los profesores del laboratorio de Metrología (que en ese momento se encontraba hasta la parte más alejada del campus) eran los profesores más extrictos que jamás tuve. Si al salir del metro eran las 6:54, nisiquiera me tomaba la molestia de correr. Sabía que no cubriría la distancia en menos de seis minutos. A las siete en punto la puerta se cerraba; reglamento interno my arse.

Es 1994, así que no hay metrobus, ni varias casetas a lo largo de la México-Pachuca. El tráfico no está adulterado ni refinado, nisiquiera cocido. Es tráfico puro y crudo. Incluso, para poder crear un río menos agresivo de gente, a la entrada del metro solían poner una reja a todo lo largo de la entrada. De ese modo, sin importar de qué andén entrabas, debías ir hasta el final del tunel del paradero y regresar. Teóricamente eso reducía la cantidad de personas por minuto en los torniquetes. Pero como la gente ni se crea ni se destruye, lo único que ocurría es que el tráfico se movía a las entradas al tunel.

Unas tres semanas en esa rutina, me encontraba escuchando (en mi poderosísimo walkman Onkyo) a Bob Marley. Three little birds. me encontraba caminando a lo largo de la reja de la vergüenza, y al llegar a la parte de "A melody pure and true", pasó una chica junto a mí. Creo que fue el olor de su cabello lo que me hizo voltear y me sacó de mis murmuros de fastidio. En ese momento ella buscó un lugar especial en la reja y se escabulló salvando casi todo el tunel. Al pasar del otro lado me miró a los ojos y me sonrió como si hubiera hecho una travezura. "This is my message to you-uh-uh".

Sonreí de vuelta. Jamás pasaría por ese espacio entre los barrotes, pero iría a dar mi vuelta sonriendo. Si alguien más podía divertirse a pesar de todo el tráfico de gente, y además compartir una sonrisa tan pura como esa, quizá había modo de sobrevivir al tráfico.

Mi ciudad es un monstruo. Pero uno que muchas veces te sonríe antes de engullirte.

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