sábado, 10 de noviembre de 2012

YYY... estamos de vuelta.

Dice la fecha aquí arriba, al compararla con la fecha de la entrada anterior, que han pasado  dos meses desde que escribí algo aquí. Si no fuera porque las fechas no mienten, no creería que han pasado arriba de un par de semanas.

La mera verdad es que me la he estado pasando muy bien en nuestro proyecto, y, entre la organización, el ver cómo va creciendo y lidiar con todos los nuevos problemas de los que ni idea tenía, no he encontrado tiempo de calidad para escribir aquí.

Bueno, algunas veces, cuando no encuentras tiempo, tienes que hacerte tiempo. Por eso escribo desde el comedor de mi oficina (aunque lo suba por la noche). 

Obviamente no todo ha sido miel sobre hojuelas. Parece ser que los escritores de este sitcom que es mi vida, decidieron que a casi todos los personajes importantes nos iría mal durante Octubre. Aún así, encontramos cosas interesantes qué decir y contar. Y, finalmente, poco a poco fuimos encontrando razones para seguir echándole ganas.

...malditos escritores.

Pero me desvío. Déjenme contarles algo medio curioso: por mi trabajo, tiendo a ser ligeramente neurótico con los procedimientos, resultados y agendas. Tengo una firme convicción (mis allegados dicen que raya en el desorden obsesivo compulsivo) de que pocas cosas existen que sean más importantes que el compromiso con la tarea que uno se impone. En otras palabras, las cosas se hacen bien o no se hacen.

Eso suele traer problemas cuando me veo obligado a trabajar en equipo con gente que tiene un nivel de compromiso más... casual. Más de una vez he preferido cargar con un proyecto a cuestas yo solo, que confiar en gente que no me parece igual de comprometida. Como ya he expresado antes, esa es una de las cosas por las que amo mi trabajo actual, porque trabajo con gente al mismo nivel de compromiso (a veces pienso que más...'chesenfermos).

Hace algunos años, allá por el lejano 2000, tuve la oportunidad de colaborar en la formación de un grupo muy dinámico y con gran potencial. El Dado Norte fue una gran época en mi vida, y, hasta el día en que hube de dejar el grupo, fue una de las mejores experiencias creativas en las que he participado.

Aunque gran parte de ese grupo se transmutó en lo que hoy es Letras con Pelotas (más otros nuevos colaboradores), mentiría si dijera que somos el viejo grupo. Letras con Pelotas es algo muy diferente de lo que fuimos, por el mero hecho de que ninguno de nosotros es la persona que fue hace 10 años.

Aunque siempre estaré orgulloso de todo lo que hicimos en esos ayeres, he llegado a la conclusión de que, si en ese entonces, hubiéramos intentado algo cercano a lo que estamos haciendo hoy, simplemente no hubiera prosperado.

Mi sentir es que ninguno de nosotros tenía realmente la experiencia, el colmillo, la madurez, o siquiera algo interesante que contar. Éramos pues, aún muy jóvenes y no poseíamos una perspectiva completa de muchos de los temas que estaremos hablando.

Incluso tengo la teoría que tampoco estaba capacitado antes de dejar Clavería.

No pretendo decir que soy o no un buen escritor. El llegar a serlo es un proceso largo. Creo que voy por buen camino, pero eso no significa ni por error que ya esté en la meta. Me gustan mis escritos. Sé que existe gente a la que le gustan mis escritos, pero creo que son sólo escalones de una escalera mucho más grande.
Veremos cómo se desarrolla el proyecto. Procuraré irles platicando aquí la visión desde la cabina de control, pero recomiendo muy fuertemente que vayan al sitio y le echen un ojo a los otros colaboradores. Todos tienen algo interesante que contar, y todos tienen su propio estilo para contarlo.

Como dijera Ariel Roehuesos: gracias por leer, y gracias por leernos.

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