domingo, 18 de mayo de 2014

Sin dedicatoria.

Por un rato, siéntate y déjame contarte algo que hace mucho quería decirte.
Desde niño me gustaba imaginar que el rastro de las gotas en la ventanilla del autobús era la luz de las estrellas mientras viajábamos en el espacio. Era yo aún muy joven para saber que, de ir a tal velocidad, la luz tendería a un color plano por el efecto Doppler, in embargo, hoy sigo disfrutando mirar cómo las gotas dejan líneas oblicuas al rozar la ventanilla; las luces distantes pueden ser constelaciones lejanas que parecen estáticas por el efecto paralax. He crecido, pero sigo siendo un niño.
¿Sabes?, me has acompañado en todos mis viajes. En todos ellos. No debieras sorprenderte; un viaje siempre se disfruta más acompañado.
Me gusta platicar contigo mientras te imagino al lado Me conoces: cursy como soy, a veces me apeno yo mismo… aunque sé que te gusta oírme así.
Has estado en mis viajes, en el asiento de a lado. Has mirado la ventanilla con el mismo asombro que yo, con la misma curiosidad y con la misma sensación que da abrir un regalo.
Igual que los destinos de nuestros viajes, has cambiado de nombre y rostro continuamente; "te voy a cambiar el nombre" dice la canción, que, bien sabes, es el tema de uno de nuestros amigos. Tú lo hiciste a tu modo, cambiaste tu nombre y tu identidad, creaste una nueva hoja de personaje cuando hubiste de irte y después regresar como la chica de Diablo Guardián, que tanto has odiado y amado en secreto.
Conocí tu primer nombre cuando conocí tu piel. Bajaste conmigo de Amecameca. Tenías ya un nombre muy distinto cuando me prometí que cruzaríamos juntos los túneles de Guanajuato, tan crudos, tan de mina.
Después te fuiste, y regresaste con otro nombre y otro rostro para darme una razón para volver de mi peregrinar por el desierto. No lo sabes, pero gracias a ti regresé mucho antes de lo que imaginé, aunque, mientras cerré y abrí los ojos, cambiaste los tuyos y, entonces, me diste una razón para seguir viajando, no para regresar a casa... ¿Cuál casa?, si ya no sabía dónde se encontraba. Ahí estuviste tú, conmigo en la ladera de la paz.
Casi no te reconocí cuando, tiempo después, tenía ya mi familia; cuando llegaste para darme esa lección tan importante, pero tan costosa. No me verás admitir lo mucho que me dolió, pero tampoco lo mucho que me hizo madurar. Es quizá por eso que te recuerdo con tanto cariño en tu siguiente nombre, cuando estuviste ahí para consolarme y... bueno, en realidad sólo para consolarme para después irte y dejarme con la tranquilidad de saber que algún día regresarás…
Con otro nombre, espero.
Algunas veces creo reconocerte entre la gente. Escucho tu risa nueva y me pregunto si eres tú en realidad, si vamos a continuar jugando a que cambiarte el nombre. ¿Cuántas veces más?
A veces creo que es el miedo el que me pide que siga jugando; miedo a perderte de nuevo, o de que te aburras del juego y te vayas definitivamente,  pero después recuerdo que seguramente tú estás tan asustada como yo y sólo pretendes estar segura de lo que haces.
Como quiera que sean tu rostro y tu nombre, tu risa y tu mirar, si aún tienes pensado seguir jugando, sólo voy a pedirte que no olvides que es un juego y que al final del camino seguiré aquí. Tómate tu tiempo; después de todo, el camino continúa mientras las gotas de agua sigan dejando líneas en la ventanilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario