domingo, 20 de junio de 2010

Yo quería mi Atari


Para 1982 Steven Spielberg venía de casi una década de hacer grandes éxitos comerciales (Encuentros cercanos, Tiburón, Cazadores del Arca perdida). Por eso, cuando se estrenó E.T. para nadie fue sorpresa que fuera tan exitosa.

E.T. tiene varios puntos de interés. Por ejemplo:
  • Drew Barrymore aparece en esa casa a los siete años como Gertie, y dieciocho años después, como Dylan Sanders cuando cae desnuda desde un balcón durante Los Ángeles de Charlie.
  • En la versión remasterizada, en la secuencia del final, donde los agentes del gobierno están cazando a E.T. Spielberg decidió que para darle un contexto más familiar, los agentes debían portar radios en lugar de escopetas (eso le pasa por juntarse con George Lucas, y por supuesto que Han disparó primero).
  • Se le considera una de las principales razones del crash de los videojuegos en 1983.

Si se mezcla la circunstancia de que la película fue un éxito comercial entre los niños y que el Atari vivía en ese momento su punto de popularidad más alto, era obvio que existiría a como diera lugar un videojuego basado en E.T. para la navidad de 1982.

Sin embargo, el crash de 1983 en la industria del videojuego es tema de un post por sí mismo. Pero si debemos tener en cuenta que se produjo en mucho, por la falta de un siguiente paso tecnológico mezclado con una saturación de mercado y de la miopía de los ejecutivos.

Existe una leyenda urbana de que existe un relleno sanitario en Nuevo México donde se enterraron todos los cartuchos no vendidos del juego (entre 3.5 y 4 millones), pero no existe una confirmación. Lo que si existe, es registro de que Atari perdió la confianza de sus accionistas (las acciones cayeron de $60 a $20 a inicios de 1983), que el costo casi sin recuperación de este proyecto y la saturación del mercado llevaron a Atari a separarse en ese año.

La industria del juego no se murió, pero se redujo a desarrolladores menores y juegos cada vez de menor calidad para un producto que tenía ahora menor posibilidad de brincar al siguiente paso tecnológico. En 1983, el futuro era sumamente incierto para Atari.

Para mí, fue el año en que por fin pude jugar con una 2600.

En ese entonces aún vivíamos en Jardines del Tepeyac, pero mi tía y sus hijos vivían relativamente cerca de Bondojito. Como marcaría la tradición de las películas mexicanas de la época, cerca de su casa había algunas vecindades. Mis primos, un par de años mayores que yo, trabaron amistad con mucha gente de ahí.

Uno de ellos en particular, El Gilo (no se si se llamaría Gilberto, ese era su apodo, él tendría ya unos veinte años en ese momento), llegó un día a la casa de mi tía con una mochila azul en la que guardaba una legendaria 2600 con todo y sus palancas ahuladas con el círculo amarillo en la base y la consola con sus acabados en madera. Además de varios juegos (las ilustraciones de los cartuchos se quedaron muy grabadas en mi memoria. A la fecha mirar un plástico negro con una etiqueta plateada mate me sigue trayendo sonrisas involuntarias). En ese momento, la elegancia de la madera mas lo tecnológico de la etiqueta plateada (tenía siete, déjenme en paz) me parecía “lo más padre del mundo”.

Sweet dreams are made of this...


Por fin, después de un largo rato tratando de conectar el Atari a la televisión de mi tía pudimos jugar. Missile Command y Centipede fueron puestos en mi lista como los mejores juegos que había jugado en mi vida. Tanto que no dudé en comprar la versión remasterizada de Missile Command para Xbox Live Arcade en el 2007. Eso sí, difícilmente sumo una hora de juego desde entonces.

Recuerdo que cuando El Gilo guardaba su consola, mi tía se vio obligada a preguntarle (ante la obvia insistencia de mis primos) que cuánto le había costado. El sonrió: “No es mía, la ando vendiendo”. Mi tía preguntó algo dudosa: “y cuánto quieres por ella”. El Gilo miró hacia la puerta y le dijo “No señora Alicia, no es para vender aquí.” Muchos años después le pregunté a mi tía. Me dijo que no le vendió la consola porque seguramente la andaban buscando en una casa cerca de ahí. No sabía cuál, pero no importaba. Yo quería un Atari.

Creo que después de ver palpablemente que sí era posible tener videojuegos en casa, que ya no era necesario escaparse a la farmacia, tenía ahora solo un camino. Conseguir un Atari.

Llegué al punto de platicar “seriamente” con mis padres y hacerles prometer que si obtenía una beca en la escuela (eran becas del gobierno de De la Madrid, en realidad no la gran cosa) podría comprarme con ella mi Atari en lugar de pagar mis estudios. Y porque mi vida bien podría ser un sitcom, mi oportunidad llegó.

Había cuatro candidatos. Flavio, que era muy dedicado al grado de estudiar en el recreo y tener una tabla disciplinaria en la cabecera de su cama, Claudia, que era como la niña bien del grupo, Wendy, una chica muy muy inteligente (¡hacía quebrados y raíces mentalmente!), y yo.

La verdad es que por esfuerzo el que debió ganar la beca era Flavio, pues era estudioso hasta el fastidio, y por necesidad Wendy, quién venía de una familia muy pobre (ni televisión tenían… me pregunto si esa era la razón por la que hacía raíces mentalmente). Ni que decir, yo no venía de una familia adinerada, pero la verdad es que no necesitaba la beca, excepto que era el medio para llegar a lo que más quería. Claudia, sabíamos los tres, ni era inteligente ni tenía necesidad (¡ni siquiera le gustaba el Atari, por el amor de Dios!). Su gran as bajo la manga era la amistad que sus padres tenían con el director de la escuela.

A la fecha mi referente visual de la política a inicios de los ochentas es la del político menor, panzón, moreno, mal rasurado, lentes oscuros de gota, relojote reluciente, dos anillos en cada mano, al menos un diente de oro y traje verde con corbata manchada, mas enorme profusión de “aigas y vistes” en su léxico.

¿Por qué tan específico?

Porque el día que anunciaron quién había obtenido la beca así iba vestido el director de mi primaria. Claudia era la mejor estudiante de nuestro grupo, la más dedicada, y seguramente la beca sería un aliciente para que siguiera echándole ganas. Aplauso incómodo de unos cuantos padres de familia.

Otra cosa que se me quedó muy grabada fue la mirada de Wendy. Triste no por la beca o porque no le reconocieron su esfuerzo. Triste porque el famoso discurso de “si le echas ganas te va bien” acababa de irse al pozo. Yo me sentía más o menos parecido, pero compensando estaba el que después de ver la tristeza de Wendy, no habría disfrutado mi Atari. Claro que la habría comprado, pero seguramente después me habría sentido culpable.

Aunque quién sabe; si realmente hubiera ganado alguien con buenas calificaciones o con verdadero mérito, los demás habríamos quedado conformes. No nos habríamos visto en la necesidad de segregar a Claudia o de pegarle chicles en el cabello (de eso no fui yo y no pueden probar nada).

Visité a Flavio hace algunos años. Es Testigo de Jehová y hace trabajo voluntario en su iglesia local. De Wendy lo último que supe fue que estudiaba Administración de Empresas (su hermano Juan Pablo estudiaba para ser Físico Matemático, así que creeré que si era la falta de televisión). De Claudia nunca más supe nada, salvo que la panadería de su padre ya no existe, al menos en el mismo lugar.

¿Yo? Yo obtuve mi Atari hasta 1989. Apenas un año antes de que llegara el Nintendo a mi casa.

Respecto al Gilo un par de años después del Atari en casa de mi tía, mientras estaba en una papelería jugando, me robarían mi bicicleta. Cuando regresé a casa asustado, uno de mis primos fue a buscar al Gilo. Un rato después regresaron los dos con mi bicicleta. Un par de meses después me atropellarían en ella y estaría sin caminar un par de meses. Si existe algo como el karma o los finales felices o la mera justicia poética… bueno, la verdad es que no sé cuál fue mi lección de todo esto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario