domingo, 27 de junio de 2010

Single Player, Multiplayer.

Cuando me mudé con mi roomie, Eva, tuve muy serias dudas de su habilidad como jugadora. Era el 2006 y aún no teníamos una XB360 (en ese momento específico, tampoco cable ni internet). Pasábamos las tardes de lluvia jugando Halo. De ahí aprendí grandes maniobras de combate (“¡ok!, ¡yo mato a los enemigos grandes con la escopeta! tu encárgate de los pequeños con tu rifle de asalto… o quédate mirando al techo mientras giras… eso… también funciona”).

Aprendí el valor de compartir (ella: “¿cómo esperan que pasemos del robot ese enorme si no hay cartuchos para la escopeta?” yo, rellenando mi escopeta con toooodos los cartuchos que acaparé: “ni idea, pero si corres aprisa, puede que no te dé mientras yo le disparo desde aquí”). Aunque aprendí también que compartir con tu compañero de equipo una granada adhesiva a punto de estallar no es tan buen gesto.

Aún así, el día que ambos vimos caer ante nuestros pies una granada, y en perfecta sincronía giramos el torso a la’ Matrix en el sillón sin soltar los controles, supe que con un poco de compromiso de ambos, podíamos llegar a ser un buen equipo de juego.

Cuando llegó la XB360 a mi sala y con ella el Ghost Recon Advanced Warfighter (ese cuya historia ocurría en la Ciudad de México) hubo una ocasión en nos juntamos a jugar Eva, Felipe (jugador veterano que solía ponerme mis patadas en Unreal Tournament), Jaime (jugador aún más veterano que nos ponía nuestras patadas a Felipe y a mí) y yo. El chiste es que, con toda esa experiencia y veteranía, Eva era la novata a la que había que cuidar y, bajo pena de terminar con una granada en el trasero, dejarla ir siempre adelante. De ahí que termináramos apodándola “4” (ese fue su número de jugador, lo del comic de Tim Buckley fue coincidencia, a menos que crean en el destino; este personaje apareció por primera vez un par semanas después de haberla bautizado así).

Al arranque del juego, nos aproximamos a la zona a atacar. Nos parapetamos detrás de un auto y comenzamos a planear la estrategia. Felipe, de sniper, ubicó a los enemigos, Jaime y yo entraríamos flanqueando por la derecha, Eva, de soporte con su SAW, nos cubriría mientras avanzábamos (“tu solo dispárale a todo el que no sea nosotros”). En ese momento un mero soldado nos vio, gritó pidiendo ayuda y disparó su lanzagranadas y, como en cualquier juego que se respete, el auto en el que estábamos cubriéndonos estalló. La pantalla ya estaba en negro cargando el menú cuando los cuatro aún seguíamos con la boca abierta mirando a la pantalla. Nos eliminaron sin que hubiéramos hecho un solo disparo.


Teeeeeeengan su experiencia.

Yo creo que esta es la razón por la que el Wii, siendo técnicamente inferior es tan exitoso. No es la calidad ni la capacidad ni que tenga tecnología de punta, ni siquiera que tenga contentos a sus fans. Creo que el motivo de su éxito es su habilidad para socializar dentro de tu sala (porque en línea, los friend codes dan pena).

Sin dejar de lado que existen juegos que se juegan mejor con un solo jugador, como los plataformers o los RPGs (excepciones como el Super Mario Bros Wii o Dragon Quest IX son eso: excepciones), y que muchos de los juegos actuales basan su valor de rejugabilidad en su multiplayer en línea, una de las mejores experiencias que existe cuando se tiene un control en la mano, es jugar en co-op con alguien de nivel similar.

Halo (los tres), Gears of War (los dos), Rainbow Six: Vegas (solo el uno, el dos, aparte de tener nombre de marcador deportivo, me pareció aburrido), fueron enormes juegos que brindaron la preparación y habilidad necesaria para acoplar los niveles y estilos de juego para uno de las experiencias de juego más entrañables/emocionantes/estresantes de mi vida: Resident Evil 5.

Uno de los gustos en los que Eva y yo coincidimos, es el cine de zombis, del que nos hemos hecho de una colección decente. Aún así, vayan ustedes a saber porqué, no tenemos ninguno de los juegos de la materia: no Dead Rising, no Left for Dead, incluso no Resident Evil. O al menos, no yo. Eva tiene en su laptop Plants vs Zombies… cuenta, ¿cierto?

Y pasó que ese fin de semana no teníamos gran cosa que hacer, así que el viernes fuimos a ver si encontrábamos algunas películas interesantes, y terminamos rentando Resident Evil 5 (el juego, la cuarta película apenas está por estrenarse). Estuvimos a nada de rentar Left for Dead, pero no estando seguros de que incluyera pantalla dividida, decidimos por el ya clásico juego de Capcom.

De vuelta a casa pasamos por algo de botana, nos instalamos frente a la pantalla y pusimos el disco. Cables de recarga para los controles a la mano, bebidas, botana, el equivalente a las palomitas para una película. Creo que todo el mundo conoce la premisa, ya sea porque conoció alguno de los juegos (en el primero, para PS1, salvabas escribiendo en una máquina de escribir dentro de juego) o porque ha visto las películas con Mila Jovovich, que no son canon, aunque incluyen a muchos personajes importantes, como a Chris Redfield o al mismísimo Albert “Maldito Seas” Wesker.

Había leído muy de pasada las reseñas por lo que sabía que se desarrollaba en África en lugar de Raccon City, pero ni de broma estaba yo listo para lo que vendría. Aquí está el tráiler. Si fuera una película, lo que vemos ahí serían los eventos de los últimos treinta minutos. En este juego, eso ocurre en la primera misión. Ni siquiera el primer acto. Cuando decidimos que había sido suficiente por una noche, tuve que convencerme de que en mi habitación no había africanos con machetes esperando a que me descuidara.

Ya con las luces apagadas, con el relativo silencio de la noche de ciudad, solo en mi cama, tenía esa extraña sensación de paz y alarma que a uno le queda después de ver una de esas películas que les toca una fibra de sus miedos más personales. Hay un lugar al oriente de la ciudad, prácticamente en las afueras, a medio camino entre Texcoco y Los Reyes, tirándole a Chimalhuacán, a donde mi mente me llevó de vuelta. A finales del 2001, mi hermano me acompañó a ese lugar porque era donde vivía Violeta, una amiga mía muy querida que recién había bautizado a su hijo. Yo no tenía ni la más remota idea de qué lugar era ese, lo habíamos ubicado por la guía roji, pero solo eso.

Saliendo de la carretera nos encontramos con calles sin pavimentar de esas tan disparejas que no puedes avanzar más rápido de lo que podrías caminar. Con esa arena amarilla-naranja tan típica de Chalco, que con un poco de viento se levanta y se pega a todo. Serían acaso las 5pm, pero el sol no tardaría gran cosa en ocultarse. El polvo se adhería al medallón del auto de mi hermano. Al frente, el viento no dejaba ver más allá de una cuadra. Dos personas nos miraron pasar con desconfianza desde la única tienda abierta. La luz del sol resaltaba el color de la arena. A pesar de tener los vidrios cerrados, ahí donde estábamos, el viento era frío.

Mi hermano, noté, comenzaba a ponerse nervioso. Si de la gente o de algo más, no lo sé, pero no dejando pasar oportunidad:

Yo: Estás nervioso, ¿verdad?
Él: Si. No me gustan estos lugares.
Yo: ¿Por qué? has estado en lugares peores y de noche.
Él: No es eso… no sé.
Yo: Te pone de nervios no ver lejos, ¿cierto?
Él: Si.
Yo: Y no es porque no veas, sino porque no ves quién puede estar del otro lado, ¿no?
Él: Ya, déjame.
Yo: Ver de repente una silueta de alguien que cojea solo unos pasos y camina bien otros…
Él: Yaaaaa.
Yo: Que a pesar de la distancia, puedes verle unos ojos grandes, pero que no tienen vida…
Él: Síguele y nos regresamos.
Yo: De pronto, te das cuenta de que el viento es frío a pesar de la hora y que está vestido con la ropa rasgada.
Él: En serio, nos regresamos
Yo: Y lo que es peor: por verlo a él, no ves a todos los que están rodeando el coche.
Él: ¡Ya estuvo! Nos regresamos.
Yo: Sí, de todas formas ni ha de estar.

Mucho me reí ese día y muchos otros de él y sus miedos. De vuelta varios años adelante, a la noche después del juego, pagué por ello cuando en mis sueños regresaba una y otra vez a ese lugar, ahora lleno de africanos.

Eso no impidió, por supuesto, que el sábado tras atender un par de cosas menores, como el almuerzo, nos reinstalamos nuevamente para terminar el juego, porque no podía quedarle mucho, ¿cierto? Y se fue todo el sábado tratando de sobrevivir y detener a Umbrella (ela, ela, hey, hey, hey) junto con Eva y uno que otro elemento eventual del S.T.A.R.S. (el peor acrónimo en un videojuego serio hasta que llegó F.E.A.R. ).

La del sábado fue una noche más tratando de dormir con el cuerpo lleno de adrenalina y manteniendo amarrada a la imaginación. Eva, imagino, pasaba por una noche igual. En algún momento me contó que tuvo pesadillas muy densas cuando vio Soy Leyenda, la versión de Will Smith. Personalmente encontré este juego mucho más apesadillable, pero cada quién tiene sus temores. Considérese además que las ventanas de su habitación, a diferencia de las de la mía, son lo suficientemente grandes para dejar pasar a varios monstruos del juego.

El domingo fue muy similar. Cuando por fin después de la batalla contra el jefe final más larga que jamás haya jugado pudimos poner a Wesker en su lugar, anochecía ya. Serían las ocho de la noche, se había acabado la pizza, nos temblaban las manos por la batalla final, le habíamos dedicado prácticamente el fin de semana completo al juego, pero definitivamente, había valido la pena, aunque no fue nada fácil.



Se necesitaron dos de estos… y un volcán.

Ese fue el momento, el de ver rodar los créditos, en que sentí que Eva se había graduado como jugadora hardcore. Ahí fue donde nos hicimos un buen equipo de juego. Hoy en día no podría vencerme en Modern Warfare (aunque no me iría limpio), pero de tonto me pongo frente a ella en Gears of War (ahí nadie se va limpio, demasiada sangre salpicada). Eso no significa que seamos la gran neta del planeta. Solo significa que si volviéramos a Ghost Recon, seguramente no sería sólo el apoyo con la SAW. Aunque estoy seguro de que de todos modos nos estallaría el auto en la cara.

Haré aquí una precisión que me parece crítica: Para los jugadores, un fin de semana dedicado a un juego no es tan extraño. Hay quienes pasan más tiempo en los MMOs, o incluso quedan los maratones cuando se armaban una LAN Party, muchos años atrás. En realidad, lo que impide que sean más comunes son los compromisos personales, la falta de tiempo libre, e incluso, la falta de juegos que valgan la pena a ese nivel. Pero, para aquellos que no juegan, dedicar un fin de semana completo a un juego se antoja escandalosamente exagerado.

La realidad es que da esa impresión por tratarse de una actividad sedentaria, o considerada para niños (a quienes no se les permitiría tanto rato de juego). Pero si somos un poco más objetivos, recordemos que la actividad de seguir un juego, no jugarlo, esté año usó una campaña publicitaria donde pedían a la novia tomarse un tiempo de descanso en su relación. Específicamente un mes. Ya saben cuál, no me hagan decirla.

Si, es hipérbole como casi toda la publicidad, pero pintar a los niños con los colores del equipo, irse a la casa del compadre a ver el partido mientras se prepara comida y se consume cerveza contiene el mismo valor lúdico. ¿Y la parte social? Podría preguntarse, y la respuesta es: ¿prefieres ir a una fiesta con veinte personas o tomar un café frente a un parque con una sola persona?; una mera situación de preferencia personal.

¿Qué es demasiado tiempo dedicado a una actividad? ¿Nunca dormiste afuera de un estadio para comprar boletos para un concierto? ¿Nunca te fuiste a un viaje a un lugar al que ni querías ir y fuiste a pasar incomodidades por el mero hecho de divertirte? ¿Nunca te fuiste de parranda y estuvo tan buena que apareciste apenas a tiempo para el examen o el trabajo? ¿Nunca te viste en un proyecto laboral o escolar que te exigiera encerrarte en tu oficina por varios días?

Establecido que todos dedicamos ingentes cantidades de tiempo a cualquiera que sea la actividad de nuestra preferencia o necesidad, y que lo único que en realidad la valida es el beneficio que obtenemos de ella (y su escala es enteramente subjetiva), les puedo decir: ese fin de semana matando zombis en África ha sido uno de los mejores fines de semana de mi vida.

No sé si el mejor, pero definitivamente si va al Top 10.

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