lunes, 2 de agosto de 2010

Mario Puzzo debería escribir sobre mí.

Hace algunos meses me llamó una amiga cuyo nombre omitiré para proteger su identidad:

Hola, oye, fíjate que mi hijo quiere jugar guirsoguar dos (sic) en internet, ¿qué necesito? -me dijo [Omitida] sin siquiera saludar.

[Omitida] -dije con mi tono de profesor regañón- tu hijo tiene seis años, ¿te parece sano que ande jugando un juego para adultos en línea con extraños?

Lo sé, pero ya sabes cómo son los niños de hoy en día -maulló con esa mezcla de resignación y orgullo que sólo una madre consentidora puede alcanzar... el orgullo, sospecho, tiene más que ver con el "le doy todo" que con el "se merece todo"; suspiré resignado, es algo que haría de todos modos, mejor evitar que comprara Halo 3 para el Sony Wii.

Ok [Omitida], necesitas el juego, una Xbox 360, internet de banda ancha y una suscripción a Xbox Live. Adicionalmente el niño va a necesitar once años más de edad y un juego de padres responsables que comprendan que un juego de clasificación Mature no es para niños y que una consola no es una niñera.

Y Jack Thompson decía que la culpa es de los videojuegos...

Desde siempre, quizá por naturaleza humana, ha existido una cierta necesidad de ver al diablo en las sombras; a veces en las cosas más absurdas.

Los que tenemos edad suficiente, recordaremos que todos conocimos a un amigo de un primo que a su vez tenía un primo que un día amaneció muerto con todos sus pitufos encima de él.

Los que tienen más edad recordarán la quema de discos de Kiss o los famosos mensajes satánicos al tocar al revés Stairway to Heaven.

Y para los que tienen menos edad, lo satánico de moda fue Pokemon o Harry Potter o, Dios nos ampare, el Aserejé. Y por cierto, para los que aún no han ubicado cuál es el himno de las doce, la canción más esperada, es esta. Con ello demostramos que estas chicas no son satánicas, nomás que Diego tenía mal gusto.

Los videojuegos, como medio, ya no son tan jóvenes, sin embargo, los costos de producción y de distribución (hasta hace poco) han sido siempre muy altos, lo que implica que han pasado de medio emergente a medio comercial sin pasar por la etapa de crecimiento tan común en los demás medios. En ideas simples, pasó de ser niño a niño que trabaja sin esperanza de una adolescencia como otros medios.

Sin meternos en el sempiterno debate de si pueden ser arte o no, voy a dejarlo sólo al nivel de que cuentan una historia, ergo, son un medio narrativo. Con eso de momento. Como cualquier otro medio narrativo, tiene su propio lenguaje, sus propias convenciones y sus propias limitaciones. Pero más importante, su propio público.

Del mismo modo que por mucho tiempo de pensó que los dibujos animados japoneses eran, por ser dibujos animados, inherentemente para niños, sin importar que tuvieran la palabra Hentai en el título, del mismo modo existe muchísima gente que piensa que los videojuegos son inherentemente para niños.

Decía David Wong en su artículo “Five Reasons it’s still not cool to admit you’re a gamer” que la narrativa aún está al nivel de una película serie B, además de que la industria sigue pensando que somos unos pubertos de diecisiete años. Hay un mucho de razón en ambas.

Y sin embargo, existen juegos para niños, para jóvenes y para adultos. Admito: los juegos para adultos deben su clasificación a su contenido de violencia y referencias a drogas y sexo; desafortunadamente no a su profunda narrativa y temas adultos.

También admitamos, la gran mayoría de los juegos para niños no es más que shovelware*. Todo juego que termine con una Z suele ser basura (Petz, Babyz, Bratz… aún esperamos un juego de Mazzinger-Z que venga a romper esta tendencia). Porque también pasa que los estudios de programación siguen sin ver que la inteligencia de los niños es enorme, al igual que su capacidad para aprender. En realidad de lo que carecen es de madurez y de referencias con su propia experiencia. Esto, claro, porque solo se obtiene con la edad.

*Para los no iniciados: en tiempos en que el internet no era tan común había quienes quemaban aplicaciones sencillas y gratuitas en un disco de compilación y los vendían. Como eran paladas de esas aplicaciones se le quedó el nombre de shovelware; hoy en día se usa para denotar un software difícilmente terminado y probado de baja calidad y menor intención de que lo sea.

Ahora, un disclaimer: No tengo hijos, no sé lo que es tenerlos y no me quedo sin sueño en la noche preocupado de cualquiera que sea el tema de moda para temer por los hijos. Antes de que alguien enarbole la bandera de “tú no sabes lo que es ser padre”, casteo mi defensa de “tú no sabes lo que es no tener hijos a tu edad y/o no ver al mundo tras los cristales color hijo con que ves el mundo” que es igual de dogmática. Así que bajo ese nuevo equilibrio:

Me doy cuenta de un tiempo para acá que mucho de las obras comerciales se han suavizado para permitirse llegar a un público más amplio. Esto, en sí mismo, no tiene nada de malo; se entiende que se trata de un negocio, eso no lo he perdido de vista. La preocupación no es el acto ni la razón final, sino el requisito. Explico:

Iron Man (Stan Lee, Jack Kirby, Larry Lieber, 1963) es un alcohólico que pese a sus propios problemas y disfunciones sociales se las arregla para sobreponerse y ser un empresario exitoso y un inventor genial (Nota mental: investigar si Tony Stark es pariente de Gregory House). En las películas (John Favreau, 2008 y 2010) nunca se le ve tomar una gota de alcohol.

Wolverine (John Romita, Len Wein, 1975) es un mutante perseguido y separado de la sociedad por sus diferencias fisiológicas con la gente normal. Aparte de sus garras y sus poderes mutantes, su característica más reconocible es su eterno habano. En ninguna de las películas (la serie de X-Men u Origins) se le ve fumar una sola vez. Se hacen bromas con el habano, se le interrumpe varias veces, pero no termina en ningún momento de fumar.

Esto, porque de hacerlo ambas películas habrían de cambiar su clasificación y dejarían de reportar el dinero de los más jóvenes. Nuevamente, no que ello esté mal, sigue siendo un negocio. Pese a que sabemos de antemano que Robert Downey Jr. Fue elegido para el papel de Tony Stark por lo parecido de sus personalidades e incluso sus problemas con alcohol y drogas, lo que no es queja, me parece la mejor elección que pudo hacerse para ese papel. Ahora que tampoco estoy pidiendo el tratamiento que se le dio a los Picapiedra.

La parte que me apura, sin meterme en el tema de si es o no correcto lo políticamente correcto (muy interesante, pero muy largo), es la de las exigencias de un mainstream cada vez mas protector. No es correcto que los niños vean a la gente tomar en las películas, que vean fumar o que vean algo de lo que sucede todos los días a su alrededor. No dejemos que sus héroes sean una mala influencia y que llegando a su casa se sirvan un whiskey solo porque Tony Stark lo hizo. Después de todo, no es trabajo de los padres guiar a los niños, orientarlos y explicarles esa parte del mundo para la que aún no están listos.

Por supuesto, después de “…cada vez mas protector”, todo fue sarcasmo. Debería haber signo de interrogación, de admiración y de sarcasmo, pero la RAE no me ha contestado las cartas que le he mandado.

Esa fiebre, o enfermedad terminal, se contagia. En Alemania un tabú en los videojuegos es que simplemente no puede aparecer ninguna cruz esvástica en ningún lado. Wolfenstein 3D (Id Software, 1992) tuvo que ser editado para quitar esas imágenes en un juego que ocurre dentro de un castillo nazi, lo mismo que la serie Call of Duty que son juegos apegados a la circunstancia histórica de la segunda guerra mundial.

Por supuesto, todos recordamos que tras la masacre de Columbine, existían dos sospechosos principales: Marilyn Manson y Counter-Strike (Mod basado en Half-Life, VALVe, 1999). Mi argumento sigue siendo el mismo: Ha habido más controversia alrededor de Catcher in the rye (J.D. Sallinger, 1951) incluso posterior a su censura en los 50’s que a cualquier videojuego o canción; si en verdad cualquiera de ellos fuera responsable de influenciar la mente de los jóvenes como se expresó en un inicio, viviríamos en un mundo a’la Exterminio. En Inglaterra este mismo sensacionalismo es debido a la necesidad de vender al grado de involucrar deudos, compañías y lugares reales en una nota sacada del trasero alrededor de un asesinato real sin ninguna relación con los videojuegos. E incluso se llega al punto donde aparentemente para algunas personas incluso los juegos educativos son perseguibles.

(Admito que esa última es básicamente una sola mujer zafada; no es representativo de una opinión o un grupo demográfico, pero quería mostrarla porque a mí también me pareció sospechoso su parecido con Jack Thompson).

En Venezuela gobierna Hugo Chávez; quien regaló una Espada Bolivariana a Kalashnikov por la gran contribución que sus rifles han dado a la historia (para los no iniciados, el más famoso es el AK-47) y que pretende comprar uranio enriquecido a Irán; los desfiguros alrededor de los juegos (que también son numerosos) son el menor de sus problemas. Circulando

Cierto, en nuestro país aún no existe ese riesgo, pero, conociendo a nuestros legisladores, que cuando se dignan presentarse a sesión, ocupan su tiempo en destinar recursos para evitar que la gente se llame Robocop, o intentan pasar una ley para que cada que compremos un equipo electrónico con capacidad de grabación, paguemos un impuesto de piratería, por si acaso duplicamos una obra con copyright, deberíamos tener en cuenta que no tardarán en subirse al "nosotros también" de países con -aparentemente- menor tolerancia y mayor ceguera a sus responsabilidades.

En realidad mi problema es ambivalente. Por un lado concedo que debe existir un sistema de regulación que informe al consumidor el público al que va dirigido. Odiaría rentar una película llamada “Very Bad Things” esperando una comedia romántica con Cameron Diaz y Christian Slater y terminar viendo una comedia de humor (muy) negro que me hace replantearme mi poco apego a la sociedad como órgano rector de las costumbres y la ética. Bueno, sí, es su papel, pero eso no significa que la sociedad sea buena en ello.

Debería existir un órgano independiente que revisara las obras de expresión, comerciales y no, que previniera al consumidor lo que está por ver. Sin embargo, no por ello censurar. No meterse con el contenido o negarse a dar una calificación.

El gore es uno de los géneros más populares entre los que gustamos del cine no tan comercial. En el discurso de agradecimiento por el décimo Óscar™ en El Retorno del Rey, Peter Jackson dijo una frase que pocos entendieron: “And thank you for forgeting the bad taste”, que, si tuviéramos que traducirlo a la literal aquí, sería “Y Gracias por olvidarse de Picadillo”, que es una película gore donde entre canibalismo, alienígenas aserrados desde dentro y una cabra volada en pedazos con un RPG, resulta sumamente divertida, pero completamente divergente de la trilogía más famosa de la literatura.




Se necesitó uno de estos… y una cabra.

Pero a diferencia de Grand Theft Auto, con todo y su Hot Coffe, aparentemente nadie se toma en serio el cine gore, porque su narrativa es justamente eso, una enorme sátira, y si no, pregúntenle a George Romero (salve!). Uno no puede tomarse más en serio la violencia de un juego con relación a la violencia de una película o de un libro; de otro modo los índices de suicidios aumentarían desde la publicación de 1984 (George Orwell, 1949).

Llega entonces la hora de esgrimir el argumento de batalla: “Uno como quiera… pero, ¿y los niños?”

Los niños… ¿qué? ¿Qué tienen? ¿No ven noticias? ¿No se enteran de lo que pasa a su alrededor?

Emilio Pacheco decía que allá por los 50’s los niños jugaba a los árabes contra los judíos (Batallas en el Desierto, 1981), luego vinieron los rusos contra los gringos, o los policías y los ladrones. Hoy en día los niños juegan a los narcos contra el ejército, y por lo que me ha tocado ver, creo que no tienen muy claro quién es el bueno.

Es absurdo suponer que a un niño se le puede ocultar lo que ocurre a su alrededor. Es cierto, aún es muy joven para captar la amplitud de muchas de las cosas que nosotros mismos no comprendemos del todo. Pero eso no significa que ocultándole las cosas va a estar mejor. Porque los niños se enteran. Piensen en cómo fue la primera vez que supimos de dónde, y más importante, cómo, venían los niños. No fue en la clase de biología, esa llegó a resolver dudas que no nos atrevíamos a plantear a los mayores. Los niños se enterarán de lo que ocurre a su alrededor porque son curiosos en su naturaleza. Nosotros lo fuimos, nuestros padres lo fueron, los suyos y así, hasta el simio que bajó por curiosidad del árbol y por curiosidad anduvo en dos patas (paleontólogos: es hipérbole, no me linchen).

Ahí entra el papel de los padres. En guiarlos, explicarles lo que aun no pueden relacionar con su experiencia. Lejos de censurar, de bloquear el acceso a una obra específica, corresponde a los padres explicar, desmitificar y explicar a los hijos porqué aún no es momento. Sí, no es fácil, y en mucho no es viable. Podría cuidar a mi (hipotético) hijo para que no jugara Gears of War 2, pero tarde o temprano irá con sus amigos y lo jugará. Podría decirle que el mundo no es tan malo, pero tarde o temprano verá las noticias. Podría decirle que los hombres y las mujeres deben respetarse, pero tarde o temprano escuchará reguetón. Eso no significa exponerlos a las obras para las que no están listos, sino estar preparados para cuando se expongan por otros medios.

La parte difícil estará en explicarle porque esas canciones o esos juegos son solo obras de ficción, explicarle porque es inapropiado y cómo hacer para diferenciar lo que es real y lo que no. Incluso alrededor de las noticias explicarle lo que ocurre sin el matiz de producto de consumo de las noticias, lo que debe saber sin ficciones, y todo ello, claro, sin romper la inocencia del niño.

Es muy difícil. No es simple y sobre todo, es fácil regarla. Sin embargo no es imposible, y también debe tenerse en cuenta que tampoco es tan difícil que con un error valdrá todo y tendremos a un futuro asesino serial. Sigue habiendo niños que crecen para ser buenas personas a pesar de que no todo el mundo es buena padre.

Ahora, cerremos porque ya me extendí muchísimo (por eso publiqué en lunes y no en domingo).

De nuevo: No tengo hijos y aparentemente hablo con soltura de algo que me es desconocido. Sin embargo, lo que no se toma en cuenta es que:

a) Se que los juegos no son malos; los he jugado toda mi vida y creo ser un miembro útil a mi sociedad además de disfrutar del amor y cariño de mucha gente que me ha conocido a lo largo de mi vida.

b) He visto más gente tirarse al vicio o a la delincuencia derivada de una mala formación de parte de los padres que por la exposición a un mal ambiente.

c) Es más fácil sentar al niño frente a la televisión en mis tiempos o frente a la consola o la PC en estos, pero lo más fácil no es necesariamente lo mejor. Y no todos somos buenos afrontando nuestras responsabilidades.

d) Mientras los padres no afronten sus responsabilidades, no tienen el derecho de culpar a otros de los problemas de sus hijos.

Este último punto me aterra y es en realidad la razón detrás de este post. Hace poco más de un año, me fue encargada la guía de una niña llamada Gabriel (los ángeles no tienen sexo, por eso Gabriel o Gabrielle funciona para niño o niña, dicen sus padres). Bautizar, cuidar y ayudar a criar es muy fácil cuando esta niña tiene a sus padres, a sus abuelos y a sus tíos a la mano.

En cambio, ayer me fue encomendada la guía de otra niña más. Su nombre es Luna Sofía, y su madre es una de las personas que llegaría a ser crítica en mi vida. Cuidar de ella es un poco más complejo cuando no dispone de un padre para que la vea todas las noches y su padrino, que debiera cuidar de ella, vive en otra ciudad.

Estoy aterrado porque creo fervientemente en lo que escribí alrededor de guiar antes que ocultar. Ahora toca cuidar de ambas, ayudar a sus padres para que hagamos de ellas miembros importantes de su propia comunidad. Pero sobre todo, que puedan llevar con orgullo los resultados de la curiosidad que su muy lejano abuelo del árbol les dejó.

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