domingo, 25 de julio de 2010

Space Monkey

En tiempos en que no sabíamos qué había en realidad arriba del cielo, cuando estábamos, como raza humana, preparándonos para ir mas arriba de lo que jamás fuimos, cuando llegó el momento de enviar vida al espacio, se decidió seguir el ejemplo de los primeros aeronautas. Pero esta vez, en lugar de enviar un gallo, una oveja y un pato, decidieron ir por algo más cercano al hombre y lanzaron simios.

Los rusos, siendo rusos, decidieron mejor mandar una perra (Era rusa y se llamaba Laika, ella era una perra muy normal). Muchos recordamos el anuncio de la escuela de idiomas de "push the red button". Esa era Laika. Al final a ella no le fue tan bien. Al reingresar a la atmósfera le dio un nuevo significado a la palabra “hot dog”, pero le pudo haber ido peor. (ADVERTENCIA: dale click al link solo si tienes estómago fuerte o no tienes ningún miedo a los zombies. no hay una sola gota de sangre, pero recuerda que no existe el verbo "desver").

Regresándonos al tema (con la psique intacta, espero), En algún momento de allá por el 2004 a mi me enviaron de simio espacial a Yucatán. No sería ético de mi parte explicar los porqués de mi misión y de lo que definiré amablemente como "organización creativa de tiempo y presupuesto". Pero si les contaré que me vi limitado a esperar programas realizados en simulador parcial para un equipo con número de serie 001 sin autorización para modificar esos mismos programas, realizados por gente aún sin suficiente experiencia, sin un equipo físico con el cual probar, y con una carga de trabajo extra harto consistente. Por eso lo del Space Monkey. Yo estaba ahí para presionar botones y decirle a los que estaban programando qué hacía y qué no su programa.

Tantos años de escuela para eso.

Y pues viajamos, el encargado de la instalación y yo a Tekax, Yucatán. Un pintoresco pueblito a 300km al sur de Mérida; El instalador regresaría apenas una gloriosa semana y media después. Yo no.

Una vez en Mérida tomamos un autobús a Tekax. Me dormí al calor de la selva, sudé, unos guajolotes me vieron feo, el instalador se bajó en una parada pensado que habíamos llegado. Finalmente (tres horas de carretera plana, recta y enselvada después), vimos pasar por la ventanilla la escuela a la que nos dirigíamos. Inmediatamente después, el CeReSo local... perfecto augurio.

Al llegar a la central de Tekax, el procedimiento era llegar al hotel, dejar el equipaje y entonces decidir si ir aún a la escuela. El primer choque cultural vino cuando encontramos que no había taxis en la central de autobuses, solo bicitaxis... o, como me corrigieron con una sonrisa paciente, tricitaxis. Imaginen los triciclos de tamales oaxaqueños, pero pónganle un par de tablas para sentarse, una capota de hule o lona, y suficiente parafernalia como para avergonzar a un camión Indios Verdes-Prados de Ecatepec.

Música incluida.

Ya instalados en el hotel, decidimos ir a darnos una vuelta a la escuela, ver cómo estaba el lugar y etc. Después regresar al pueblo e ir a comer algo decente. Cuando llamé, el jefe de laboratorio me dio instrucciones para llegar:

-Camina al semáforo, ahí...
-¿En la esquina de qué calles?
-No te apures, tu solo pregunta por el semáforo. Ahí hay varias combis estacionadas, una de esas te lleva.
-¿Qué debe decir la combi?
-No, tú le dices a dónde vas y ellos deciden cuál te lleva
-eh?
-Sí, llegas, les dices que vas a la escuela junto a la cárcel, y ellos te llevan.
-O..k... nos deja frente a la escuela, cierto?
-Si le dices que vas a la escuela, ahí te deja, solo no te sientes junto a la puerta.
-Porqué? que pasa si me siento junto a la puerta?
-Es que esas combis no tienen puerta.

Eventualmente aprenderíamos que El Semáforo es un punto de reunión común, a dos calles del hotel, pero famoso por ser el único semáforo en tres pueblos a la redonda. Aprendimos que las combis no tienen puerta porque el calor sería insoportable. Que las camionetas de carga llevan en la parte de atrás una lona y tablas para sentarse porque en realidad son de transporte público (y sí, Manuel hizo el chiste de los cacahuates en una estaquitas).

Tekax resultó ser un pueblo perfecto para desconectarse del mundo por algunos días, pero no para vacacionar ni tampoco para estar anclado a un equipo al que no puedes meterle mano. Ahora, tampoco debe entenderse mal; la gente ahí es tremendamente amable, aunque con una que otra diferencia cultural. Podía ir caminando por la banqueta y encontrar a un conocido y no me devolvía el saludo. A menos de que estuviéramos bajo techo, como en el minisúper, la farmacia o la paletería (el local que más visité).

Otra muy simpática es que allá no acostumbran decir “de nada”. Cuando el mesero te trae la comida y le das las gracias el suele hacer una reverencia rápida con la cabeza mientras sonriendo dice “’chogusto” (con mucho gusto). Eso, fue algo que terminó por pegárseme en los días en que anduve allá.

Flashback al 2001 quizá antes. Eran épocas en que solía jugar rol con un grupo de personas que tras algún tiempo de jugar regularmente y tras la inserción de otras personas claves, terminaría conociéndose como El Dado Norte. Una de las cosas interesantes de estas reuniones es que había ahí gente que me llevaba años en esas cosas de la red. Como comenté en un post previo, esa fue una época de descubrimientos. Y muchas de los trucos que aprendí vino de las reuniones con estas personas (saludos a todos, ya saben quiénes son).

Una de las cosas con las que me pusieron en contacto en ese momento fue un juego de estrategia, el primero que probaría, jugaría un par de misiones, y olvidaría casi por completo.

Pruébalo- me dijeron -Solo deja que pasen algunas misiones para que le agarres la onda.

Y jugué un par de misiones, pero, porque a veces las cosas también llegan temprano, el disco con un número de serie que podría recitar aún, como mucha otra gente, se quedó guardando polvo un largo rato.

Por las circunstancias del proyecto imaginaba yo estar por allá más tiempo del usual, “quizá un mes”. Por eso preparé una cartera de discos un poco más amplia que otras veces. Aparte de software de trabajo llevaba música y el Unreal Tournament (Epic Games, 1999). Y, quiso el destino, que el disco de Starcraft estuviera desde antes en esa cartera. No fue una decisión consciente; fue una expresión del amor de Dios.

El mismo día que llegamos a Tekax me dediqué a instalar el UT en la lap que llevaba conmigo. Hoy en día cada que quiero quejarme del desempeño de una laptop lo que hago es compararla con ese momento. Es el único juego que yo he conocido que tiene lag sin estar conectado. La capacidad gráfica de la lap que llevaba era tan pobre que un juego que puede ser jugado pasablemente por dial-up era injugable con más de dos enemigos aún siendo controlados por la computadora. Frustrado, desinstalé el juego.

Semana y media pasó y Manuel se fue de vuelta al D.F. Yo me quedé a capacitar y montar guardia hasta que la primera versión del programa llegara. Y llegó. Y falló. No los aburro con lo técnico. La lógica de trabajo, más allá del estilo de programación lo sentí completamente fuera de contexto. Ahí comencé a sudar frío. Me di cuenta de que no había posibilidad de que echáramos a andar el proyecto de ese modo. Le llamé a mi jefe para solicitar que me dejara hacer mi programa; la autorización me fue negada tajantemente. Ahora, me permito aclarar que no creo que los programadores allá fueran incompetentes. Eran novatos y no tenían las herramientas; era algo que quizá hubieran podido hacer para cuando dejé la compañía cuatro años después, quizá.

Regresé al hotel sin ganas ni de platicar con la recepcionista. Derecho a poner el aire acondicionado a todo frío y dormir. Me brincaré los detalles de por qué me sentía tan aislado y atrapado. Lo resumiré en que en una semana agoté las posibilidades de divertirme en los alrededores. Cierto es que estaba Chichen Itza, Loltún, la misma Mérida, Puerto Progreso y una que otra cosa más. Agoté el fondo del barril cuando invertí media hora en subir a la ermita, tomar fotos y bajar.

En algún punto no muy lejano de ese día compré varias tarjetas de notas y me las encuadernaron con costilla metálica en la papelería a un lado del hotel. Con esos cuadernos personalizados hice lo que podríamos llamar el De Laboratorae Misteriis, o el Tekaxvm Grimorivm. Aún conservo ese cuaderno donde a cuatro tintas hice dibujos, diagramas, tablas, tips, trucos y cheats para el sistema. Nunca he sido buen dibujante, pero el empeño en el detalle que le puse atestigua la gran cantidad de tiempo libre de que disponía. Aún así, solo nueve a seis lunes a viernes. La escuela no daba accesos fuera de esa hora.

Y justo cuando pensaba que las cosas no se podían poner peor, al Discovery Channel se le ocurrió hacer su bendita semana del tiburón (el cable del hotel solo tenía HBO, Cartoon Network y Discovery Channel; mi gusto por Jacobo 2-2 es otro de los efectos colaterales del viaje).

Si, el fin de semana podía ir a Mérida, irme al cine, comer comida no tradicional (Domino´s Pizza, Bisquets de Obregón, KFC… uno no sabe lo que tiene hasta que ya lo perdió). No se trataba tanto de la comida, como de encontrar un sabor familiar. Pero no siempre valía la pena tres horas de ida más otras tres de vuelta.

Así que cierto día reacomodando por enésima vez mis cosas, me encontré con que tenía el Starcraft (Blizzard Entertainment, 1998). El Unreal, al ser FPS y mas reciente debía requerir mayor potencia, o eso era por lo que oraba mientras instalaba el Starcraft.

Y así como hay cosas que llegan antes de tiempo, y hay cosas que llegan después de tiempo a nuestras vidas, hay algunas que ahí han estado, pero se presentan en el momento perfecto. Eso fue Starcraft para mí. Fue mi primer RTS, uno de los más balanceados, pero más importante para mi circunstancia personal, con tres personajes que llegarían a ser de mis favoritos en toda obra de ciencia ficción: James Raynor, Arcturus Mengsk, y por supuesto, Sarah Kerrigan.

Ahora, ya comenté que le había dado una oportunidad meses antes. Esta vez mi situación me obligó a ir un poco más allá. Cuando el plot en realidad se presenta, junto con la primera misión demandante. Debes desobedecer órdenes directas y ayudar a Raynor a rescatar a varios refugiados de los zerg, eso implica defender un pequeño pueblo por media hora hasta que lleguen las dropships. Eso no es más que el comienzo del juego mismo.

Por supuesto, como mucha gente, desperdicié recursos, no tenía idea de cómo funcionaban las torretas, me desesperé ante mi primer zerg rush… hice todo mal. Sospecho que todo jugador de Starcraft tuvo ese problema. De ahí en adelante todo fue más sencillo.

¿Me corrían temprano de la escuela? Continúa con la campaña. ¿Ya terminaste la campaña y te corren temprano? Prueba jugar en un mapa contra fuerzas controladas por la computadora. ¿Ya te aburriste de jugar contra la computadora y te corren temprano de la escuela? ¿Qué es esto del Starcraft Campaign Editor? ¿Un generador de mapas y scripts para que generes tus propias campañas? ¿Dónde has estado toda mi vida? Así pude sobrevivir toda la primera etapa en Yucatán.

Afortunadamente la escuela debía cerrar por dos semanas al fin de cursos. Se me autorizó regresar al D.F. para atender otras cosas, entregar viáticos, y más importante, no causar gastos si no estaba haciendo nada (jajajaja). Platiqué con mi jefe de ese momento, le expliqué porqué me parecía una pésima idea el modo en que estaba trabajando. Las versiones que seguían llegando seguían sin servir, y el rato que platiqué con los programadores oficiales me dejó en claro que aún no estaban listos. Aún así mi jefe me dio la orden irrevocable de seguir de simio espacial. Dejé todas las ideas y recomendaciones que pude, pero nunca las vi en el programa. Seguiría atorado.

Esa semana la aproveché para conseguir la expansión: Broodwar. También platiqué con Felipe y Jaime, me dieron varios consejos y zapes para mejorar mi juego. Una semana después fui enviado a Tabasco. A la siguiente semana viajaría de Villahermosa a Tekax. Esta vez, al regresar un domingo muy tempano, tuve la muy extraña sensación de estar volviendo a casa.

No me gustó el sentimiento.

La segunda etapa fue peor, había aún menos que hacer, no veía caso en ir a la escuela. Aún con el Broodwar, la sensación de futilidad era aplastante. Falleció una tía mientras cocinaba la comida de cumpleaños de mi hermano, quien tuvo varicela durante las semanas de la primera etapa, se casó una prima, se tituló un amigo. Y mientras tanto yo seguía atorado en Tekax redactando informes de programas que no funcionaban. Cuando un día llamé a la escuela para decirles que tenía que atender una situación que salió de la oficina, y no salí de la cama ni cuando fueron a limpiar la habitación, fue que me di cuenta de que en realidad estaba mal.

A partir de ahí me levantaba a hacer honores a la bandera cantando el Himno Nacional y demás (frente a mi hotel había una secundaria). Me obligaba a ir a la escuela a hacer programas cada vez más complejos y más flexibles. Ahí nacería una idea de programación que eventualmente me valdría ser ascendido a Jefe de Ingeniería, Pero lo que me permitía fugarme por las noches con el cerebro en neutral, mantener a raya ese sentimiento de futilidad, era el Starcraft. Pronto mi ejército se enfrentaba a otros siete ejércitos en batallas que duraban horas.

Finalmente la oportunidad llegó: un viernes me pidieron que me comunicara a la oficina y así hice. En una conversación por messenger el jefe de mi jefe me pedía cuentas de porqué no había concluido con el trabajo. Le expliqué la situación, le expliqué la idea del proyecto y me uní a “su opinión” de que no era la mejor de las ideas (él no lo dijo tan amable). Finalmente le prometí una semana para completar el programa si me dejaba hacer mi versión. Aceptó.

Pero una semana my arse! Ese viernes tuvieron que arrancarme del proyecto a la fuerza; el lunes llegaría a probar las ideas que preparé el fin de semana; el martes ya había corregido los problemas; miércoles en la mañana viajaba al D.F. Recuerdo perfectamente que la noche del martes, en el Hotel Cortez en Mérida, ya con todos los papeles firmados, no pude terminar mi partida contra siete enemigos porque nunca encontré el último reducto.

Hasta la fecha Starcraft es uno de los juegos más jugados en el mundo. Es simple, es elegante, es divertido aún hoy en día a pesar de que sus gráficos son tan vintage como un disco de acetato de vinilo. Blizzard decidió hacer un juego FPS con una Ghost, que son fuerzas muy emblemáticas del juego. Llego a haber tráiler e incluso imágenes del juego, pero echaron para atrás el proyecto cuando ya los fans estábamos salivando. Un par de años después finalmente anunciaron la segunda parte. Desde entonces cada detalle, cada animación, cada modificación ha sido seguida por los fans.

Starcraft II llega al mercado el martes próximo. La campaña del Broodwar tiene un final, pero éste no es ni siquiera cercano al fin de la historia. Está anunciado que serán tres partes del Starcraft II. Es probable que este sea uno de los juegos más anticipados por todo jugador de PC veterano.
De ese juego aprendí mucho de organización de recursos, de oportunidad de uso, y de logística. Aparte de ello me divertí y fue lo que me mantuvo cuerdo durante uno de los viajes más largos de mi vida. Uno creería que un juego publicado en 1998 sería obsoleto para el 2004. No sería lógico pensar que hubiera torneos en China o Corea cuyas finales se televisaran a nivel nacional, ¿cierto? Menos aún en el 2009.

En mi viaje a Yucatán crecí en muchos sentidos, profesionales, de juego y humanos, pero eso fue gracias a que un juego con calidad suficiente para continuar siendo plato fuerte a los doce años de edad tuvo a bien acompañarme a ese exilio.

1 comentario:

  1. Si todos dijeramos lo que Starcraft fue (y es) en nuestras vidas no terminariamos =P

    ahora mismo podria decirte mil anecdotas pero Kerrigan esta enviando ordenes y ya sabes que a las mujeres no se les puede hacer esperar!!

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